PAPILLON. 1973. 146´. Color.
Dirección: Franklin J. Schaffner; Guión: Dalton Trumbo y Lorenzo H. Semple, basado en la novela autobiográfica de Henri Charrière; Dirección de fotografía: Fred Koenekamp; Montaje: Robert Swink; Música: Jerry Goldsmith; Dirección artística: Jack Maxsted; Diseño de producción: Anthony Masters; Producción: Robert Dorfmann, Franklin J. Schaffner y Emanuel L. Wolf, para Allied Artists (EE.UU.).
Intérpretes: Steve McQueen (Henri Charrière, Papillon); Dustin Hoffman (Louis Dega); Victor Jory (Jefe indio); Don Gordon (Julot); Anthony Zerbe (Toussaint); Robert Deman (Maturette); Woodrow Parfrey (Clusiot); George Coulouris (Dr. Chatal); Bill Mumy (Lariot); William Smithers, Val Avery, Gregory Sierra, Vic Tayback, Mills Watson, Barbara Morrison, Richard Farnsworth.
Sinopsis: Henri Charrière, apodado Papillon, es condenado por asesinato y trasladado a uno de los penales más duros del mundo: el de la Isla del Diablo, en la Guayana francesa. Allí traba amistad con Louis Dega, condenado por estafa, y piensa continuamente en fugarse, pese a lo difícil de la empresa y a los severos castigos que se aplican contra quienes la intentan.
La odisea novelada de Henri Charrière en pos de la libertad se convirtió en un rotundo superventas, y en consecuencia despertó el interés de no pocas figuras del cine americano de cara a su adaptación cinematográfica, la cual no estaba exenta de dificultades: se trata de una novela muy larga, que necesariamente habría que recortar, y el rodaje se adivinaba complejo para técnicos y actores. Aún así, el caramelo era muy tentador, y fue Franklin J. Schaffner, por entonces uno de los cineastas con más poder en Hollywood, quien se encargó de levantar el proyecto. Para escribir el guión se recurrió a uno de los grandes nombres en la materia, Dalton Trumbo, quien además de por su talento era idóneo para el trabajo por ser un hombre que sabía muy bien lo que eran la libertad y su pérdida. Al frente del reparto, dos de las estrellas más importantes de la época: Steve McQueen y Dustin Hoffman. El objetivo, que el previsible éxito de taquilla fuera acompañado de unos logros artísticos comparables a los de las anteriores obras de Schaffner, en especial El señor de la guerra, El planeta de los simios y Patton. Vista la película, que me impactó mucho en la adolescencia pero no había revisado en lustros, el objetivo puede considerarse cumplido, porque Papillon es un gran film.
Las más de las veces, el cine ha abordado el crimen desde la óptica de quienes lo combaten, haciendo hincapié en los problemas a que deben enfrentarse los representantes de la ley, o bien, cuando la acción se centraba en quienes estaban del otro lado, la idea era mostrar sus delitos y hacerles acreedores del castigo que inevitablemente recibían. Pero el Código Hays ya era historia, las huellas de los hechos de Attica seguían presentes en la memoria popular norteamericana y Hollywood podía permitirse adaptar Papillon sin prostituir su mensaje. Ahí radica el principal mérito del guión, que en general resuelve bien los dos grandes problemas a los que se enfrenta: recortar el texto original sin hacerle perder su esencia y conseguir que este duro drama carcelario sea capaz de entretener y emocionar al espectador. Schaffner colabora con una dirección inspirada, con una puesta en escena ejemplar en lo paisajístico, ya sea éste el interior de una celda, unas galeras, espacios falsamente abiertos (las calles a través de las que se traslada al barco a los presos, esas islas en apariencia paradisíacas en las que se esconde lo más malvado de la naturaleza humana y de las que no se puede salir con vida) , o los escasos lugares en los que, más allá de la civilización, es posible la libertad. Repiten Fred Koenekamp y Jerry Goldsmith, en los que seguramente son sus mejores trabajos a las órdenes de Schaffner, y la difícil labor de montaje se supera con nota. Todo para mostrarnos la historia de un hombre, víctima de la injusticia y de sus propios errores, que sufre los rigores de un sistema penitenciario inhumano y que nunca se deja domesticar ni renuncia al objetivo irrenunciable de todo preso: la fuga. En su odisea, el protagonista encuentra la sincera amistad de un hombre, Louis Dega, que es casi su antítesis. Mientras Charrière es un hombre de acción, fuerte, leal y de voluntad inquebrantable, Dega es un ser físicamente enclenque que lo debe todo, tanto su fortuna como su desgracia, a su cerebro, un ser incapaz de sobrevivir por sí mismo en un entorno, humano y natural, tan hostil. Lo que en principio unió el interés (Dega tiene el dinero que Papillon necesita para fugarse, y mientras tanto éste puede garantizarle a su nuevo amigo la protección que necesita), se convierte en una amistad profunda cuando Louis descubre que ese desecho social no es capaz de traicionarle ni en las peores circunstancias. A partir de aquí, lo que se narra es la lucha de un hombre contra un sistema, y la de dos amigos a quienes el tiempo y las circunstancias unen y separan a su antojo. A destacar la escena en que, presa de alucinaciones provocadas por el hambre y la oscuridad, Charrière se confiesa «culpable del peor crimen que un ser humano puede cometer: haber desperdiciado su vida», el momento en que, en la celda de castigo, empieza a alimentarse de insectos, o su segunda salida de esa celda, por no hablar de sus intentos de fuga, a cual más espectacular.
Otra de las razones del éxito de Papillon se halla en el buen hacer de la pareja protagonista, empezando por un Steve McQueen entonces en la cúspide de su carrera, miembro destacado de una raza de actores casi en extinción, la de aquellos intérpretes que, además de poseer tanto carisma como querencia por las escenas de riesgo, sabían arte dramático. Quizá en el papel más complicado de su carrera, McQueen desarrolla lo mejor de sus características interpretativas: duro y patético cuando hay que serlo, héroe más de vuelta de todo que inmaculado y hombre capaz de mostrar sentimientos bajo su máscara hierática, el actor supo ir mucho más allá en lo dramático de lo que su imagen de aventurero siempre cool podía hacer esperar a priori. Respecto a Dustin Hoffman, quién mejor para dar vida al desvalido e inteligente Dega. Lo hace exagerando su voz ya de por sí nasal, afronta con entereza el desafío físico que supone su personaje y no sucumbre a la tentación del exceso de gestualidad. Los de McQueen y Hoffman son los únicos rostros conocidos del reparto, e interpretan a su vez a los dos personajes cuya intervención en el film supera lo episódico.
En suma, estamos ante una de las joyas del subgénero carcelario, narrada con el enfoque humanista y liberal esperable en Trumbo y Schaffner, y ante un encendido canto a la amistad y a la búsqueda de la libertad frente a la barbarie convertida en sistema.