PATHS OF GLORY. 1957. 82´. B/N.
Dirección: Stanley Kubrick; Guión: Stanley Kubrick, Calder Willingham y Jim Thompson, basado en la novela de Humphrey Cobb; Dirección de fotografía: George Krause; Montaje: Eva Kroll; Música: Gerald Fried; Dirección artística: Ludwig Reiber; Producción: James B. Harris, para Bryna Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Kirk Douglas (Coronel Dax); Adolphe Menjou (General Broulard); Ralph Meeker (Cabo Paris); George Macready (General Mireau); Wayne Morris (Teniente Roget); Richard Anderson (Mayor Saint-Auban); Joe Turkel (Soldado Arnaud); Bert Freed (Sargento Boulanger); Timothy Carey (Soldado Ferol); Susanne Christian (Cantante alemana); Jerry Hausner, Peter Capell, Emile Meyer, Kem Dibbs.
Sinopsis: En mitad de la Primera Guerra Mundial, el frente se halla estabilizado desde hace meses. El alto mando francés planea una ofensiva sobre un punto fuerte de los alemanes. Pese a recibir informes que prueban la extrema dificultad para obtener la victoria, las reticencias de varios oficiales, encabezados por el coronel Dax, y el enorme sacrificio de vidas humanas que supondría realizar el ataque, el alto mando decide seguir adelante con la ofensiva.
Una de las consecuencias más inmediatas de Atraco perfecto fue llamar la atención de varias luminarias de Hollywood respecto al talento de su director, hasta el punto de que una de las estrellas más importantes del cine de los 50, Kirk Douglas, encargó a Kubrick ponerse al frente de la adaptación cinematográfica de una novela bélica cuyos derechos poseía su productora, Bryna. De aquí surgió Senderos de gloria, una película de guerra que marcó un antes y un después en el género por su marcado tono antibelicista.
Obreros, grises oficinistas y, cómo no, soldados, suelen vivir con la desgracia de tener que obedecer a gente que, sobre todo cuando se equivoca, no se equivoca nunca, o arriesgarse a perder su medio de vida si se rebelan. El mensaje de la película va, pues, más allá de lo castrense, o bien la organización de nuestras sociedades se asemeja, aún hoy, demasiado a la de los ejércitos. Sea como fuere, las capas sociales más altas gozan de un privilegio que utilizan con profusión: el de que siempre sean otros más desfavorecidos quienes paguen el precio de sus errores o de sus actos de maldad. Pocas obras de arte muestran esta circunstancia con tanta crudeza como Senderos de gloria. De ahí su justa fama, y su escaso predicamento entre los miserables.
Una eterna guerra de trincheras con los frentes estabilizados es lo menos parecido a una gloriosa victoria militar. Por ello, el alto mando del ejército francés decide romper la baraja y atacar la Colina de las Hormigas, punto estratégico de la posición alemana. El general encargado de transmitir una orden que él sabe de imposible ejecución es Broulard, un tipo listo que se mueve con habilidad por las entrañas del poder. Esa sabiduría le hace recurrir a Mireau, un hombre dispuesto a sacrificar a quien haga falta si eso le supone obtener gloria y medallas. Mireau sabe que el ataque es casi suicida, y que aún en el mejor de los casos la mitad de sus hombres morirán, pero la ambición le ciega y decide organizar la ofensiva. El resultado es desastroso, con muchas bajas y ningún avance significativo de las tropas francesas, lo que indigna a Mireau, quien durante el ataque ordena bombardear a sus propias tropas (algo a lo que sus oficiales se niegan, salvo que les envíe la orden por escrito), y con posterioridad insta a que se forme un consejo de guerra que juzgue a varios soldados (escogidos al azar, o por motivos espurios) por cobardía frente al enemigo. Consciente de la falsedad de la acusación, el coronel Dax, que dirigió la ofensiva sobre el terreno pese a haberse opuesto a ella, se encarga de la defensa de los procesados.
La película puede entenderse como un reflejo nada humorístico de aquella frase de Groucho Marx en la que el cómico decía que la justicia militar es a la justicia lo que la música militar a la música, pero en todo caso constituye la más contundente denuncia que ha producido el cine contra los señores de la guerra, esos seres codiciosos que, en su propio y exclusivo beneficio, agitan banderas y hablan del patriotismo y la nación para que otros menos favorecidos e inteligentes mueran por ella. Kubrick volvió a colaborar con Jim Thompson en el guión (en cuya escritura intervino también Calder Willingham), y la huella del escritor es notoria en los agudos diálogos, en las réplicas que resuenan tanto o más que las bombas, en la plasmación del cinismo de unos y el descreimiento de otros y, seguramente, en la inclusión de una célebre y acertadísima frase de Samuel Johnson sobre el patriotismo y recogida en la correspondiente categoría de este blog. El guión es modélico, y si a él le añadimos la capacidad de Kubrick para mostrarnos el horror de las trincheras con ágiles movimientos de cámara, o los rostros, muchas veces semiocultos entre las sombras, de víctimas y verdugos, el resultado es que el film tiene una potencia pocas veces vista. Tanto es así, que la película tuvo problemas tanto en el rodaje como en la distribución, estuvo prohibida en la democrática Francia hasta 1975, en España hasta 1986 (como siempre, destacando en lo bueno), y es, en todo el mundo, uno de los mejores ejemplos de «película que no quieren que veamos». En circunstancias nada favorables, surgió la primera obra maestra indiscutible de Stanley Kubrick, cuyo guión fue rechazado sistemáticamente por los estudios hasta que llegó a las manos de Kirk Douglas y éste decidió respaldar la filmación, cuyo rodaje tuvo lugar en Alemania (hacerlo en Francia era, por supuesto, impensable), en parte por las limitaciones presupuestarias y, sobre todo, por las reticencias que el proyecto despertó incluso en unos Estados Unidos todavía marcados por la ignominia del macarthismo. El rodaje no estuvo exento de tensión, como era previsible al coincidir dos egos tan desmesurados como los de Douglas y Kubrick, pero todas las dificultades valieron la pena, porque dieron lugar a una obra que engrandece el cine. Genial y controvertida, como su director.
En la película (que, dicho sea de paso, maravilla también por su capacidad de síntesis), como en la vida real, los personajes positivos lo son hasta cierto punto, y los malvados, lo son del todo. La labor de los actores es excelente: Kirk Douglas se enfrenta a un personaje que le viene como anillo al dedo a su manera firme y volcánica de actuar; Dax le ofrece grandes posibilidades de lucimiento, y Douglas las aprovecha al máximo. George Macready es un villano en toda regla, y desde luego consigue hacer que su personaje sea tan repugnante como pretende Kubrick. Más sutil, y si cabe más acertada, es la interpretación que Adolphe Menjou hace de un hombre poderoso, que cree que la ambición es el motor que mueve a todos los demás, y casi siempre acierta. En cuanto a los soldados, destacar a un Ralph Meeker que expone todos los registros que es capaz de ofrecer, a un Timothy Carey mucho mejor que en su anterior colaboración con Kubrick, y un Joe Turkel cuyo personaje permite, de rebote, mostrar el verdadero y triste papel que la religión y los hombres que viven de la fe ajena desempeñan en la sociedad.
Concluyo: obra maestra imprescindible, digna de verse una y otra vez, denuncia sin concesiones servida con el traje del gran cine, final conmovedor y verdadero pistoletazo de salida para la carrera de un director mayúsculo que encontró en la guerra uno de los mejores vehículos para mostrar su arte.
Una de las mejores películas de la historia mundial
Absolutamente de acuerdo. Kubrick dirigió varias obras maestras, pero esta película lo tiene todo. Pocas veces el cine ha retratado con tanto arte y con tanta precisión a los que dominan el cotarro.