2001. A SPACE ODYSSEY. 1968. 146´. Color.
Dirección: Stanley Kubrick; Guión: Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, basado en el relato The sentinel, de Arthur C. Clarke; Dirección de fotografía: Geoffrey Unsworth; Montaje: Ray Lovejoy; Música: Richard Strauss, Gyorgy Ligeti, Johann Strauss, Aram Khatchaturian; Diseño de producción: Ernest Archer, Harry Lange, Tony Masters; Dirección artística: John Hoesli; Decorados: Robert Cartwright; Supervisión de los efectos especiales fotográficos: Douglas Trumbull, Con Pederson, Wally Veevers, Tom Howard; Producción: Stanley Kubrick, para Metro-Goldwyn-Mayer (EE.UU.).
Intérpretes: Keir Dullea (Dave Bowman); Gary Lockwood (Frank Poole); William Sylvester (Heywood Floyd); Douglas Rain (Voz de HAL 9000); Leonard Rossiter (Smyslov); Margaret Tyzack (Elena); Daniel Richter, Robert Beatty, Sean Sullivan, Bill Weston, Edward Bishop, Glenn Beck, Edwina Carroll, David Charkham.
Sinopsis: Historia de ciencia-ficción que, en tres partes, narra el origen, el presente y el destino de la especie humana.
2001 es, casi con toda seguridad, una de las películas sobre las que más se ha escrito en la historia del cine, un título que marcó un punto y aparte en la ciencia-ficción, que se convirtió en un clásico controvertido desde su mismo estreno y que aún hoy, 45 años después de esa fecha, permanece como un hito insuperado del séptimo arte.
Apoyado en el trabajo literario de Arthur C. Clarke, Kubrick creó su film más ambicioso, tanto en lo formal como en lo temático. Por primera vez, dedicó varios años a la preparación de una película, la rodó en un espectacular Cinerama y utilizó (por decisión personal) el color, así como los efectos especiales más avanzados de la época. El resultado de todo ello fue una de las más impactantes experiencias visuales que ha producido el cine en casi siglo y cuarto de historia, una obra avanzadísima a su tiempo (de ahí el comprensible impacto que generó, y que el film, visto hoy, no haya envejecido en absoluto), que rompió esquemas y le otorgó a la ciencia-ficción cinematográfica una categoría de arte que hasta entonces se le negaba.
Estructurada en tres actos, a la manera de las obras del teatro clásico, 2001 se inicia con unos planos de increíble belleza rematados por un clarificador subtítulo: El amanecer del hombre. En esta primera parte se nos muestra a unos primates mansos, herbívoros y apenas homínidos que una mañana, al despertar, encuentran un perfecto y enigmático monolito enterrado junto a la cueva en la que viven. A partir de este descubrimiento, esos primates adquieren nuevos saberes (aprenden, por ejemplo, a utilizar los huesos de los animales muertos como armas, lo que les permite dominar al resto de tribus) y costumbres (empiezan a comer carne). Más allá de si el monolito representa a Dios, a una especie alienígena mucho más avanzada o al sueño de un demiurgo poco inspirado (o directamente malintencionado), lo que aquí se nos dice es que la respuesta a dos preguntas clave (¿por qué este planeta, de entre tantos?, y: ¿por qué nosotros, de entre todas las especies?) es más compleja que la simple casualidad. Como, por otra parte, sostenía Albert Einstein y, hoy en día, sostiene también el creador del exitoso término «big bang». Servidor, ateo convencido, no deja por ello de reconocer que las respuestas que la ciencia de hoy ofrece a estas preguntas no son mucho más sólidas (o menos endebles, dígase como se quiera) que las que predican las religiones, y de creer que es tan erróneo darle demasiada importancia al azar como no darle ninguna.
Esta primera parte concluye con la elipsis más brillante de la historia del cine (con permiso de David Lean), aquella en la que un hueso lanzado al aire por un simio ya inteligente y malvado se convierte en una nave espacial que surca la galaxia. Siglos de evolución resumidos en apenas unos segundos, para dar paso a otros dos temas cargados de profundidad: la exploración del cosmos y la inteligencia artificial. El ser humano ya ha adquirido la ciencia necesaria para lanzar naves al espacio y llegar a otros planetas. Es, sin embargo, en el propio satélite terrestre donde se hace un extraño descubrimiento: el de un perfecto y enigmático monolito enterrado bajo la superficie lunar hace cuatro millones de años, y cuya única actividad en todo ese tiempo consistió en enviar una poderosa señal de radio en dirección a Júpiter. Una expedición comandada por el astronauta estadounidense Heywood Floyd es enviada a estudiar el monolito, aunque éste tiene sus propios planes. Poco después, otra nave, en la que viajan cinco astronautas liderados por el capitán Bowman, es enviada a Júpiter. Dicha nave lleva a bordo a HAL 9000, la computadora más perfecta creada por el hombre, capaz también de sentir casi como un humano. Finalmente, al llegar a Júpiter Bowman accede a una nueva dimensión.
Si el cine es explicar una historia con imágenes, 2001 es la quintaesencia de ese arte, pues en el film hay apenas media hora de escenas con diálogo. La técnica utilizada en la narración es exigente para el espectador, la puesta en escena asombra por su detallismo y el poso filosófico de la película ha sido pocas veces igualado. 2001 es una de las obras cinematográficas que más lejos ha llevado las posibilidades de este medio («el mejor tren eléctrico que un niño pueda desear», en palabras de Orson Welles), prescindiendo, no sólo de los diálogos, sino de todo lo superfluo. En el film no hay nada que sobre, y a quienes les parece lento o vacuo sólo he de decirles que se narran el pasado, presente y futuro de la humanidad en menos de dos horas y media, y que el hecho de que uno no sea capaz de ver algo no significa que no exista. Siendo una película hecha desde y para el intelecto, creo que el tercer acto (Júpiter, y más allá del infinito) es para disfrutarlo, no para entenderlo. Como el final de HAL 9000, la computadora dueña de una inteligencia infinitamente superior a la de los humanos, y a la vez capaz de albergar dentro de sí sentimientos puros, es para sentirlo.
Para los actores que intervinieron en esta película, debió de resultar casi frustrante el poco protagonismo que les concedió Kubrick. Ni siquiera Keir Dullea, el intérprete más conocido del reparto, y también el que más tiempo aparece en pantalla, da hasta la parte final la sensación de ser otra cosa que una pieza accesoria en el tablero de ajedrez diseñado por Kubrick, empeñado en hacer una obra que se situara en las antípodas del teatro filmado, en impresionar al espectador (cosa que logró de pleno), y en dejar bien claro que los personajes son sólo un pretexto para hablar de la especie a la que pertenecen. De hecho, podría decirse que el más humano de los seres que aparecen en la película es HAL 9000, con cuya voz Douglas Rain hizo un muy buen trabajo.
Qué más se puede decir: que ninguna película se ha fotografiado mejor, que el uso de músicas ya existentes (Kubrick rechazó incluir la banda sonora que había encargado a Alex North) ha dado momentos tan inigualables como el de un homínido en plena furia destructiva al compás del Así habló Zaratustra, de Richard Strauss, o esas escenas de naves espaciales moviéndose a ritmo de vals. Que 2001 es un monolito en la historia del cine. Y, ya que tanto se ha escrito sobre el significado de estas construcciones, voy a decir la mía, para que nadie diga que no me mojo: el primer monolito simboliza el árbol de la ciencia, del bien y del mal del que nos habla la Biblia; el segundo representa el Apocalipsis, o al menos el final de la civilización tal y como hoy la entendemos; y el tercero habla de la superación del ser humano, de un cambio a una forma de vida superior, quizá un reflejo de la transformación (de cordero a león, de león a niño) de la que hablaba Nietzsche en su obra cumbre.
Tres palabras más: Chapeau, mister Kubrick.