Sí, ya sé que en un día tan señalado (por otros) servidor debería escribir sobre cuestiones más trascendentales (para otros) relacionadas con trapitos de colores y efemérides históricas tergiversadas, pero voy a hablar de un tema mucho más apasionante, la jamancia. Da la casualidad que durante estos últimos días he visitado un par de restaurantes que apuntaban maneras. Ninguno de ellos me ha decepcionado.
El 9 de Granados, que se autodenomina «alta taberna» en su web, es un restaurante acogedor, bien diseñado y mejor situado que ofrece una cocina moderna, variada y sin complejos a unos precios decentes para la zona. Su carta incluye tapas muy logradas como el queso brie rebozado con compota de higos, o sencillamente excelentes como los pies de cerdo sin trabajo (es decir, deshuesados). No soy un gran aficionado a los guisos porcinos, pero valió la pena pedir un bocado tan sabroso y tan agradable a la vista y al estómago. Una rica ensalada con champiñones dio paso al plato principal, el tataki de atún rojo con dos sésamos y salmorejo. He de decir que el pescado, siendo bastante correcto, no estaba a la altura del que ofrecen templos como Shunka o Yashima, pero la idea de combinarlo con la sopa fría típica de Córdoba me pareció brillante. Un coulant de chocolate que hacía relamerse hasta a los poco golosos puso el punto final a una visita gastronómica que califico con un notable y que, estoy seguro, no será la última que haga a ese local.
El Bar Ángel es otro rollo. Situado en un callejón contiguo a la estación de Francia, se ubica en un local pequeño y poco glamouroso, con una larga barra y unas pocas mesas en la planta superior, que destaca por la calidad de los productos que ofrecen. El coll d´ànec, embutido que no había probado antes de visitar ese bar-restaurante, acompañado por un rico pan con tomate era delicioso, y lo mismo puede decirse de los garbanzos con morcilla patatera, contundentes y bien hechos. Para rebajar, un variado de verduras frescas y preparadas con esmero, y el que para mí fue el plato estrella de la comida, las vieiras envueltas en láminas de papada ibérica. Cuestan a 2,5 € la unidad, pero justifican por sí solas la visita, regada con un atípico y muy logrado Ribera de Duero (Milú), y completada con unos carquiñolis con moscatel que no desmerecían el conjunto. Probé también el helado de turrón, y he de estar de acuerdo con sus defensores. Es el bar de la esquina, pero con una comida buena de la hostia, que se sale de lo normal por calidad y originalidad.