FULL METAL JACKET. 1987. 116´. Color.
Dirección: Stanley Kubrick; Guión: Stanley Kubrick, Gustav Hasford y Michael Herr, basado en la novela The Short Timers, de Gustav Hasford; Dirección de fotografía: Douglas Milsome; Montaje: Martin Hunter; Música: Abigail Mead (Vivian Kubrick); Diseño de producción: Anton Furst; Dirección artística: Keith Pain, Rod Stratfold y Les Tomkins; Vestuario: Keith Denny; Producción: Stanley Kubrick y Philip Hobbs, para Warner Bros. (Gran Bretaña).
Intérpretes: Matthew Modine (Bufón); Adam Baldwin (Pedazo de animal); Vincent d´Onofrio (Recluta Patoso); R. Lee Ermey (Instructor Hartman); Arliss Howard (Cowboy); Kevyn Major Howard (Rompetechos); Ed O´Ross (Teniente Touchdown); John Terry (Teniente Lockhart); Dorian Harewood, Kirk Taylor, Tim Colceri, John Stafford, Bruce Boa, Sal López, Papillon Soo Soo, Peter Edmund, Ngoc Le.
Sinopsis: Un grupo de cadetes son adiestrados para incorporarse al cuerpo de Marines. El destino de buena parte de ellos es ir a luchar a Vietnam.
Después de la Segunda Guerra Mundial, no hay conflicto bélico más cinematográfico que el de Vietnam, donde la intervención militar estadounidense dio lugar a la primera derrota en la historia de esa nación, y al trauma consiguiente. Pocos años después de concluido el conflicto, Hollywood lo retrató, desde muy diferentes puntos de vista, en tres obras importantes, dos de ellas capitales en la historia del cine: El regreso, El cazador y Apocalypse now. Stanley Kubrick, que ya había dirigido una de las mejores películas bélicas jamás realizadas, decidió, ya entrados los ochenta, dejar su testimonio sobre aquella guerra casi al mismo tiempo que un prestigioso guionista y veterano de Vietnam, Oliver Stone, hacía lo propio con Platoon, multipremiada obra que finalmente se estrenó meses antes que la que nos ocupa.
El film de Kubrick se divide en dos partes: la primera la dedica a narrar el período de instrucción de los reclutas, mientras que la segunda se sitúa ya en Vietnam y cuenta la experiencia bélica de algunos de aquellos cadetes. No son pocos quienes afirman que la primera parte es magnífica, pero que la segunda flojea. Mi opinión es que la crónica de la instrucción militar merece una matrícula de honor, mientras que el periplo vietnamita se queda en sobresaliente, y ello por dos motivos fundamentales: porque lo que se nos cuenta en él no es nuevo, y porque algunas de las películas que se habían hecho sobre Vietnam eran insuperables, incluso para Kubrick. No obstante, vista como pieza independiente, la segunda parte de La chaqueta metálica es una excelente, desencantada y aguda como pocas descripción del sinsentido de la guerra. Pero no es perfecta, y viene precedida por 45 minutos que sí lo son.
Nunca antes el cine nos había mostrado con tanta crudeza la crueldad y la deshumanización de la vida militar. Lo que realmente significa hacerse un hombre es perder la individualidad, la dignidad y cualquier atisbo de inocencia o pensamiento libre que esos casi niños pudieran conservar al entrar en el ejército. El radical corte de pelo que sufren los reclutas, con el que se inicia la película, simboliza a la perfección todos estos aspectos, al tiempo que anticipa no poco de lo que va a ocurrir. Los jóvenes aspirantes a marines caen en las manos del instructor Hartman, un tipo duro como pocos, de métodos brutales y discurso tan altisonante (nunca habla, se limita a gritar) como soez. La misión a cumplir es convertir a esos tiernos jovencitos en máquinas de matar (todo testosterona, ningún cerebro) y, para llevarla a cabo con éxito, los medios empleados (que incluyen generosas raciones de maltrato físico y psicológico) son lo de menos. Los reclutas no son individuos, sólo nombres o apodos vejatorios que deben superar sea como sea los obstáculos que la instrucción les prepare. Quienes no lo hagan, apenas merecen el calificativo de seres humanos, y así es como se les trata. En estos minutos aparece el mejor Kubrick, y eso no es decir poco. La escena de los retretes, con la que finaliza la primera parte de la película, produce escalofríos.
Como la puesta en escena perfecta y la exquisitez visual a Kubrick se le suponen, baste decir que La chaqueta metálica mantiene en estos aspectos el alto nivel de costumbre. Quizá el estilo visual sea más seco, menos exhuberante que en otras ocasiones, pero el maestro no ha perdido fuelle. Hay que añadir que en ningún momento el equipo de rodaje pisó el Sudeste asiático, por lo que es de alabar la recreación que en el film se realiza.
Vietnam. Si hay una palabra que pueda definir la intervención estadounidense en aquel país, desde su concepción a su conclusión, esa palabra es locura. En la película esto no deja de mostrarse en ningún momento: antes de que la acción se traslade a las zonas en combate, Kubrick tiene tiempo para ilustrar ese aforismo tan célebre que dice que la verdad es la primera víctima de toda guerra. Ante la inminencia de la batalla, el director se esfuerza también en mostrarnos lo que opinan los soldados sobre su misión. Tras la encuesta, la sangre, que se vierte con generosidad porque al enemigo no le importa morir y suple a base de valor y capacidad de sufrimiento su palmaria desventaja logística. ¿Sentido? Que nadie se esfuerce en buscarlo, no lo hay, por mucho que nuestra especie se haya especializado en tratar de buscar lógica donde sólo hay vacío e intereses retorcidos. Treinta años después de Senderos de gloria, la mirada de Kubrick es, ante todo, nihilista.
Como puntos criticables, veo fundamentalmente dos: la música original y algunas de las interpretaciones. Si bien la selección de temas ajenos es excelente (desde el desmelenado Surfin´bird, de los Trashmen, o ese momento Club Disney del final, hasta los títulos de crédito al ritmo del Paint it black de los Stones), la música original es floja, lo que demuestra que eso de enchufar a la familia no suele ser lo mejor, ni en el cine ni en la vida. En cuanto a los actores, Kubrick, con buen criterio, escogió rostros muy poco conocidos, acertando de lleno en algunos casos (Ermey, que era instructor militar y no actor en la vida real, D´Onofrio) y errando en otros (Adam Baldwin). Añado que Matthew Modine no es, ni de lejos, un actor con suficiente calidad como para llevar el mayor peso interpretativo de una película de este calibre.
En no pocos aspectos, Vietnam es una guerra ideal para, a través de ella, hablar de todas las otras. Kubrick lo sabe, y por eso La chaqueta metálica no se limita a contarnos cómo luchan los soldados en el campo de batalla, sino todo el proceso de deshumanización que les lleva hasta allí. En eso, esta película es insuperable, y sólo encuentra parangón en la monumental trilogía La condición humana, de Masaki Kobayashi. Quienes consideran que Full metal jacket es una obra menor, yerran. Para empezar, es una de las escasísimas películas de verdadera entidad producidas durante la década de los ochenta, y el tiempo está empezando a colocarla en el lugar que merece.