Pastillita para comenzar octubre. Tómese varias veces si se desconoce la diferencia entre vivir y no estar muerto.
EL MEJOR CHIPIRÓN DEL MUNDO
Lo mismo que todo musulmán ha de visitar La Meca al menos una vez en la vida, todo entusiasta de los chipirones debe dejarse caer por Getaria antes de irse a la tumba. Después de una semana en Donosti, capital gastronómica del mundo durante todo el año y capital mundial del jazz los últimos días de julio, mis dos compañeros de escapadas vascas y yo nos desplazamos a la tierra del txakoli y de Juan Sebastián Elkano para degustar los que, según más de una guía digna de confianza, eran los mejores chipirones del mundo.
A eso de las dos y media, entramos en el restaurante que llevaba el apellido del hijo más ilustre del pueblo. Quien esto escribe sólo necesitaba ver la carta para elegir algún entrante, porque el segundo plato lo tenía clarísimo desde hacía bastante tiempo. Por ello, mi decepción fue mayúscula cuando don Pedro Arregui, patrón de la nave, dijo:
– Lo siento, chavales, pero este año apenas se han pescado chipirones en esta zona y no será posible complaceros. Sé que mucha gente viene aquí expresamente por ellos, y por eso prefiero no poner chipirones traídos de otro sitio para que mis clientes no se sientan engañados. Así que me temo que, si queréis probarlos, tendréis que venir otro año por aquí.
Para paliar el disgusto, pedimos unas kokotxas de merluza, unas almejas y un salpicón de bogavante para abrir boca, y después de comerlos, casi daba rabia pensar que los chipirones aún eran más buenos que todas aquellas delicias. Como segundo plato compartiríamos un rodaballo, pero, mientras el pez se estaba cocinando, don Pedro regresó a nuestra mesa, esta vez con mejores noticias:
– Chavales, como no quiero que volváis a Catalunya (no recordaba que le hubiéramos dicho que éramos catalanes, pero quizá en nuestra conversación habíamos metido algún ja t´ho dic ara o, seguramente, un no pot ser) sin haber probado los chipirones, os voy a poner uno a cada uno, para que podáis opinar sobre ellos con conocimiento de causa.
Aquel hombre sabía dar las noticias. Ahora, ver un solo chipirón en mi plato se había convertido en una victoria. Cuando llegó, me faltó poco para ponerme a aplaudir. Cuando lo probé, ya no estaba para aplausos. No sé si era el mejor del mundo, pero qué bueno estaba el jodido. Era el Maradona, el Art Tatum, la Claudia Cardinale de los chipirones. Yo, que siempre mastico al sprint, tardé mis buenos cinco minutos en dar cuenta de aquel pequeño animalito, y cuando vino el rodaballo casi me dio pena perder aquel sabor de boca.
Acabamos el rodaballo, los otros pidieron postre y, después de otra breve charla con don Pedro Arregui, dimos comienzo a una tertulia de sobremesa regada con una copa de patxaran y decorada con el humo de los cigarrillos. En ella, uno de los comensales, persona muy sabia por cierto, dijo que lo que nos había pasado con el chipirón es lo que suele pasarnos en la vida, que vamos muy lejos buscando la perfección y que, si finalmente la encontramos, cosa no muy usual, nos ofrece sólo una pequeña parte de lo que podría. Yo, en cambio, pensaba en la cantidad de gente que se arrastra por la Tierra sin ser capaz de emocionarse por nada, y que se irá de ella tal como vino, y en silencio daba gracias al mejor chipirón del mundo.