Los espectaculares datos de asistencia a las salas de cine españolas entre los días 21 y 23 de octubre deberían hacer reflexionar a todos los que intervienen en un negocio al que hace muy poco casi se le estaba dando la extremaunción. Una riada de colas kilométricas, apenas vistas en décadas, ha sido la respuesta de la gente a una iniciativa que, se mire por donde se mire, es la única reacción posible ante la piratería, la desmovilización del público joven, las subidas de impuestos y el maltrato político a la cultura desde todos los frentes. Se ha comprobado que, más que desinterés hacia las películas, lo que hay es falta de dinero, porque con las entradas a 2,90€ el éxito ha sido rotundo. En el cine, que además de arte es negocio, como en todo lo demás, quien vende algo debe adaptarse a la realidad económica de los consumidores si no quiere perecer. Es mejor vender mucho y barato, que el aumento de las butacas vacías y el imparable cierre de salas que vemos desde hace ya demasiados años. El público y el cine se necesitan mutuamente, y se trata de ir eliminando las barreras que les separan. La principal, ya se ha visto, es económica, y digan lo que digan los vendedores de humo, va para largo. Ante eso, se reacciona o se perece, que es lo que les ocurre a quienes no saben adaptarse a los cambios. Lo prioritario es llegar a la gente, no perder al público. Si la solución es bajar precios, hágase, no está la cosa para remilgos elitistas.