EYES WIDE SHUT. 1999. 158´. Color.
Dirección: Stanley Kubrick; Guión: Stanley Kubrick y Frederic Raphael, basado en el relato Traumnovelle, de Arthur Schnitzler; Dirección de fotografía: Larry Smith; Montaje: Nigel Galt; Música: Jocelyn Pook; Diseño de producción: Les Tomkins y Roy Walker; Dirección artística: John Fenner y Kevin Phipps; Vestuario: Marit Allen; Producción: Stanley Kubrick y Brian W. Cook, para Warner Bros. (Gran Bretaña).
Intérpretes: Tom Cruise (Dr. William Harford); Nicole Kidman (Alice Harford); Sidney Pollack (Victor Ziegler); Todd Field (Nick Nightingale); Sky Dumont (Sandor Szavost); Julienne Davis (Mandy); Marie Richardson (Marion); Rade Sherbedgia (Milich); Leelee Sobieski (Hija de Milich); Vinessa Shaw (Domino); Madison Eginton, Jackie Sawiris, Abigail Good, Peter Benson, Angus MacInnes, Alan Cumming, Fay Masterson.
Sinopsis: El doctor Bill Harford tiene, en apariencia, un matrimonio perfecto junto a su bella esposa Alice. Su visión cambia cuando ella le confiesa que, apenas un año atrás, estuvo a punto de dejarle por un oficial de la Marina a quien apenas conocía. Acosado por los celos, Bill se sumerge en una espiral en la que irá conociendo las diversas caras del sexo que oculta una gran ciudad.
El testamento cinematográfico de Stanley Kubrick fue, quizá, su pelicula peor entendida. Inspirada en un relato de Arthur Schnitzler, amigo personal de Freud y buen conocedor de las teorías del padre del psicoanálisis, el rodaje interminable y el morbo de ver en la pantalla a su bella pareja protagonista, por entonces matrimonio en la vida real, levantaron unas expectativas que, en parte por culpa de una campaña promocional claramente errónea, se vieron incumplidas.
El sexo es una constante en la filmografía de Kubrick, no como elemento principal (salvo en Lolita), pero sí como fuerza poderosa y muy útil para iluminar otros aspectos de la naturaleza humana. En Eyes wide shut las relaciones sexuales son quizá el tema central, pero más bien por omisión. Más que de sexo, el film nos habla de la falta del mismo, y de las consecuencias, en una civilización tan sexualizada como la nuestra, del contraste entre lo mucho que se piensa (y que nos hacen pensar) en él, y lo poco que, en comparación, se practica. Eyes wide shut puede considerarse, en cierto modo, como un estudio de las diferentes formas de represión de nuestros apetitos sexuales. Ya dijo Pío Baroja, en un capítulo de El árbol de la ciencia, que sensualidad y pornografía no juegan, en nuestras sociedades, en el mismo equipo, y que una mayor presencia de la segunda no suele indicar otra cosa que la falta de la primera.
Vivimos en una sociedad que idealiza el placer y considera el sexo una de las mejores, si no la mejor, forma de obtenerlo. Pero esta sociedad es fruto de otra, que sigue bien viva en la nuestra y cree que el sexo es algo pecaminoso y maligno. Cada uno de los hombres y las mujeres de este y de todos los tiempos somos el campo de la batalla que enfrenta al deseo y la represión. De hecho, y de acuerdo con Michel Houellebecq, uno de los aspectos que más pueden marcar la vida de un individuo es el lugar que ocupe en la pirámide sexual. Bill Harford y su esposa Alice son jóvenes y bellos. Llevan casados nueve años. Quizá por ello, Bill ni siquiera mira a su mujer cuando ésta le pregunta por la idoneidad de su aspecto de cara a la fiesta a la que han sido invitados. Primera premisa: más pronto o más tarde, el sexo monogámico, bendecido o no por la liturgia del matrimonio, acaba convirtiéndose en algo rutinario. La rutina mata el deseo.
En la fiesta, Alice y Bill sólo conocen a los anfitriones, el matrimonio Ziegler. Ella es abordada por un maduro seductor húngaro, que la corteja y, entre otras cosas, le dice que, en la antigüedad, las mujeres se casaban para perder la virginidad y, eliminado ese obstáculo, poder hacer lo que quisieran con los hombres a quienes realmente deseaban. Ella, no obstante, utiliza su condición de casada para rechazar la oferta de sexo inmediato que le hace Sandor. Mientras, Bill flirtea con dos bellas jóvenes hasta que es requerido por Victor Ziegler para que atienda a una joven modelo con sobredosis. El matrimonio y el trabajo son otros dos obstáculos para la satisfacción de los instintos sexuales. Antes de marcharse, Bill reconoce al pianista de la orquesta: es un antiguo compañero de Facultad que dejó los estudios para dedicarse a la música.
El alcohol y las drogas desinhiben. Ya en casa, y empujada por ambas sustancias, Alice le confiesa a su esposo que el verano anterior deseó con tanta fuerza a un oficial de la Marina que sólo el hecho de que éste ni se enterara de tal circunstancia impidió que ella les abandonara, a Bill y a la hija de ambos, Helena. Hecha la confesión, el doctor abandona el hogar para ir a casa de un amigo que acaba de morir. Ese hombre tiene una hija, Marion, que está a punto de casarse y de cambiar de ciudad junto a su próximo marido, le dice a Bill que es a él a quien ama realmente. Aparece el pudor como fuerza represora.
Bill no puede dejar de ver la imagen de su mujer en la cama con el oficial de la Marina. Callejea sin rumbo hasta que una bella prostituta le aborda y él decide irse con ella. Cuando ya están en su casa, Bill recibe una llamada de su esposa, y decide no acostarse con la meretriz. La conciencia.
Nick, el antiguo compañero de Bill, toca el piano en un club de jazz. Mientras hablan, al terminar la actuación, el pianista le explica que tiene otro trabajo: tocar, con los ojos vendados, en fiestas exclusivas, una de las cuales se celebra esa misma noche. La última vez, la venda no estaba bien puesta y Nick habla de una orgía desenfrenada con las mujeres más bellas que jamás ha visto. Bill se siente tentado a acudir. Necesita una contraseña, que Nick le facilita, un traje de etiqueta y una máscara, que consigue en una tienda de un antiguo paciente. Allí, el dueño descubre a su hija adolescente teniendo sexo con dos hombres japoneses. Ella se refugia detrás de Bill para huir de la cólera de su padre.
Llega la fiesta, punto culminante de la película. En ella, Bill entrará en un lugar donde todos los deseos pueden ser satisfechos, pero ese lugar está reservado (como las mujeres más bellas) para quienes están en la cima del dinero y el poder, los machos Alfa. Bill no es uno de ellos, sino un intruso. Una de las jóvenes bellezas de la fiesta, que parece reconocerle, le advierte del peligro que corre y le pide que huya. Antes de poder hacerlo, Bill es descubierto y expulsado. La posición social dicta, entre otras cosas no menos importantes, a quién te puedes follar.
Lo que ocurre después es, además de un nuevo catálogo de obstáculos, la narración del proceso que hace que los ojos de Bill y Alice se abran, y que comprendan cuál es la solución a sus problemas, al menos los de esa clase.
No estamos ante una película fácil, en ningún sentido. Eyes wide shut es compleja, fría, cerebral y adulta (hecho diferencial significativo, pues en el cine y en la vida la sexualidad suele tratarse con demasiada ligereza, y no pocos tics adolescentes aparecen en escena una y otra vez). También hipnótica. Kubrick sigue cocinando de maravilla sus grandes especialidades: los movimientos de cámara, la composición de los planos (pocas veces se han captado mejor en el cine los cuerpos y los espacios cerrados que en esta película eminentemente nocturna y pelín claustrofóbica) y el perfecto ensamblaje entre banda sonora e imagen. La escena de la fiesta-ritual-orgía, con esa música que es una letanía y llama a lugares ocultos de nuestra mente, es en sí misma un hito cinematográfico. El resto del film, visualmente, no está lejos de los mejores logros de uno de los mejores cineastas de todos los tiempos.
En cuanto a los actores, Tom Cruise es quien, en mi opinión, sale peor parado del desafío. Lo curioso que, cuando aparece con otros personajes, está bien, realmente creíble, pero en las escenas que comparte con una espléndida (en todos los sentidos: cuánto daño ha hecho la cirugía en el rostro de esta mujer) Nicole Kidman y con Sidney Pollack (en una de sus escasas apariciones delante de la cámara), siempre parece verse superado. En el caso de Cruise, la obsesión de Kubrick por repetir planos puede haberle perjudicado, pues su trabajo es mejor en films como Nacido el 4 de julio o Magnolia, y aquí en algunas ocasiones se diría que llevar el peso de la película le sobrepasa. El resto de los actores, cuyos papeles son más símbolos que personajes, cumplen a la perfección con su rol.
Desconozco si Stanley Kubrick sabía que Eyes wide shut iba a ser su última película, pero el hecho de que la última palabra que se escucha en su filmografía sea la que es, no deja de tener su gracia. En todo caso, uno explicaría esta gran película con esta frase: «El sexo es un sueño que puede convertirse, de muchas formas, en pesadilla». Y, aún así…