No todos los días, ni todos los años, tiene uno la oportunidad de asistir a una actuación de alguien que, cuando Miles Davis, Gerry Mulligan, Stan Getz o Bill Evans escribían páginas gloriosas en la historia de la música, estaba allí. Anoche tuve una de esas ocasiones. Cómo no, en el Jamboree, donde actuaba Lee Konitz acompañado únicamente por el joven pianista Dan Tepfer. Es obvio que, a sus 86 años recién cumplidos, Konitz no posee la energía propia de la juventud, aunque el poderío del más aventajado alumno de Lennie Tristano no estuvo nunca en la potencia. Su encanto es otro: el de tocar bien, básicamente, y eso no se pierde nunca.
De las muchas noches que he ido allí, nunca el Jamboree me ha parecido tan íntimo como en la de ayer. Sin micros, con luz muy tenue, Konitz y Tepfer se dedicaron en exclusiva a hacer buena música, como la podían haber hecho en el salón de su casa. El pase apenas duró una hora, pero valió la pena estar allí: cero artificios, mucho talento. Una leyenda viva y un talentoso pianista treintañero demostraron que lejos de la exhuberancia también existe muy buena música. En el repertorio, piezas como Out of nowhere y Skylark, que te transportan a otros latitudes y otras épocas que, repito, Lee Konitz no necesita que nadie le explique porque las conoce de primera mano. Nos las cuenta él a nosotros, con su sonido aterciopelado y su sabiduría musical. Uno de los últimos testimonios vivos de una era que cambió la música estuvo anoche en Barcelona. Y sí, mantiene el hábito de tocar bien.
Acompañando a un pianista llamado Bill Evans:
Konitz y Tepfer, hace tres años: