T.S. ELIOT. Quatre Quartets (Four Quartets). El Cercle de Viena. 131 páginas.
(Traducción de Àlex Susanna; Prólogo de Jaime Gil de Biedma)
Alguien dijo, mucho tiempo atrás, que la poesía era un arma cargada de futuro. Se equivocaba. En nuestros tiempos, la trascendencia social de la poesía es prácticamente nula, salvo en círculos intelectuales cada vez más reducidos. Quizá por aquello de llevar la contraria, costumbre muy sana que siempre me ha gustado cultivar, me he asomado a una obra, Four Quartets, que su propio autor consideraba su cumbre poética. Y he vivido una relación ambivalente con estos poemas, iniciados por Eliot durante el período de entreguerras y culminados cuando las bombas nazis caían sobre un país, Inglaterra, que el poeta consideraba el suyo propio. Por un lado, reconozco que pocas veces alguien ha llevado tan lejos el verso libre, lo ha cargado de tanta profundidad, lo ha envuelto en capas y capas de significado. Por otro, el marcado sentido religioso de la obra me resulta a veces cargante, incluso molesto (me ocurre lo mismo con otra obra a la que no niego el magisterio: la película Ordet, de Carl T. Dreyer), aún entendiendo que ese misticismo puritano tiene mucho que ver con el desastroso matrimonio padecido por el autor.
Dotados de una unidad narrativa clara, estos cuartetos (divididos cada uno de ellos en cinco partes) llevan el nombre de cuatro lugares muy ligados a la vida de Eliot, y a su vez se refieren a los cuatro elementos de la Naturaleza: agua, aire, tierra y fuego. El primero, Burnt Norton, se centra en el paso del tiempo, y en él el poeta mira al pasado, reflexiona sobre los caminos que no tomamos y nos deja una cita del todo memorable: el ser humano no puede soportar demasiada realidad. Pronto asoma el deseo de trascenderla, el desapego hacia la vida, sus placeres y tormentos, así como la idea heraclitiana del eterno retorno de lo idéntico. En el segundo cuarteto, East Coker, el poeta pasa de lo general a lo individual, y tiene tiempo de mostrar su decepción respecto al arte que practica: la poesía no importa; no ha sido (por comenzar de nuevo) lo que uno esperaba. En mi opinión, lo mejor de toda la obra, los momentos en los que Eliot está más cerca de la perfección, de la lucidez de un profeta, están aquí. En The Dry Savages el autor vuelve a Heráclito y habla del agua, además de hacer gala de sus conocimientos sobre el misticismo oriental… y de recrearse en el occidental. Por desgracia, lo lúcido va dejando paso a lo piadoso, la sentencia a la plegaria. En Little Gidding, el cuarteto final, aflora la realidad de la guerra y el poeta se refleja en Dante, mientras asiste, no sin guardar distancias (todo lo que heredamos de los afortunados/se lo arrebatamos a los desgraciados) a la demostración de fuerza de un país unido en el combate. Y el final… no es otra cosa que la vuelta al principio.
Obra mayor e influyente, lectura obligada, reflejo de una mentalidad antivitalista, todo eso es Four Quartets, uno de esos libros que conquistan por lo que dicen, por escasa que pueda ser la simpatía que uno sienta hacia quien las dice. Alabar la labor en la traducción de Àlex Susanna, pues el estilo del original es sólo en apariencia sencillo, y esconde multitud de trampas. Dice en su brillante prólogo Jaime Gil de Biedma que la lengua catalana es más idónea que la castellana para la traducción de la poesía inglesa, por su mayor riqueza en tonalidades vocálicas y su mayor abundancia en monosílabos (esta peculiaridad idiomática, con los años, ha acabado convirtiéndose en un vicio) y palabras agudas. Puede ser, si así lo dicen los eruditos. Lo que uno agradece, y mucho, a Susanna es no haber cedido a la tentación de la rima en los pasajes en que Eliot la utiliza (en forma de sextinas), así como el respeto a la musicalidad del original.
Pocos versos dan una idea más clara de lo que ha sido el siglo XX en poesía que los que forman estos cuartetos de Eliot. Sólo por eso, uno juzga su fama como muy merecida.