El significado del titular, por si alguien no lo tiene claro, es que el día de los trabajadores ha perdido casi todo su sentido. La absoluta dejación de funciones de los partidos políticos y sindicatos que antaño eran de izquierdas, así como la incapacidad de los movimientos sociales surgidos en los últimos años para convertirse en una alternativa global, en un contrapoder que genere el suficiente temor para que los de siempre se lo piensen un poco antes de cometer sus desmanes habituales, nos han condenado a un largo y crudo invierno de desempleo para muchos, y de precariedad y merma en las condiciones laborales para casi todos los demás, mientras los ricos lo son cada vez más y disponen del mayor depósito de mano de obra cualificada y barata de Europa. Pueden vender falsas recuperaciones, pero intentar salir de la crisis mediante el resurgir de un modelo económico y productivo obsoleto, que en lo sustantivo apenas difiere del modelo desarrollista vigente desde los años 60, es sencillamente ridículo. Estamos jodidos, y por mucho tiempo, porque nos han machacado y nos hemos dejado machacar. Porque a uno le hacen lo que se deja hacer, y mientras no responda a las agresiones, hay que ser muy ingenuo para pensar que éstas van a detenerse por sí solas. En Catalunya, el panorama es doblemente desolador, sobre todo desde que vemos a los líderes de los dos sindicatos mayoritarios ejercer de vendidos y pintamonas y pasar el rato haciéndose fotitos prosecesionistas con la presidenta de Òmnium Cultural, es decir, con el enemigo, tal y como denunció de manera excelente Javier Pérez Andújar en las páginas de El País. Así que no se equivoquen: el 1 de mayo, como la lluvia según Borges, es algo que sucede en el pasado. El futuro se siembra hoy: no esperemos recoger nada bueno.