ULZANA´S RAID. 1972. 103´. Color.
Dirección: Robert Aldrich; Guión: Alan Sharp; Dirección de fotografía: Joseph Biroc; Montaje: Michael Luciano; Música: Frank DeVol; Dirección artística: James D. Vance; Producción: Carter De Haven, para Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Burt Lancaster (McIntosh); Bruce Davison (Teniente De Buin); Jorge Luke (Ke-Ni-Tay); Richard Jaeckel (Sargento); Joaquín Martínez (Ulzana); Lloyd Bochner (Capitán Gates); Karl Swenson (Willy Rukeyser); Douglass Watson, Dran Hamilton, Richard Bull, Richard Farnsworth, Nick Cravat.
Sinopsis: Ulzana, un guerrero apache, escapa de la reserva en la que está confinado junto a unos cuantos hombres de su tribu. En su huida, se dedica a robar y matar a todo aquel que se cruza en su camino. Un destacamento militar, al mando del joven teniente De Buin, tratará de capturar al fugitivo.
Después de más de una década, Robert Aldrich regresó al western, género muy en declive por entonces, con La venganza de Ulzana, probablemente su película más desencantada. Lejos queda la visión idealista de Apache: lo que vemos en Ulzana´s Raid es uno de los westerns más nihilistas jamás rodados, la resignada aceptación y el duro retrato de la violencia inherente a todo ser humano. Rodada entre dos grandes films ambientados en la época de la Gran Depresión, esta película utiliza el pasado para hablar también del presente de un país que empezaba a asumir como inevitable su fracaso en Vietnam y que, después de la gran borrachera de la década anterior, empezaba a notar los efectos de una resaca que alcanzó su momento álgido con el estallido del caso Watergate.
Lejos quedan los westerns épicos, protagonizados por tipos duros pero íntegros y rodados en paisajes naturales de gran belleza. Aldrich, apoyado en un gran guión de Alan Sharp, huye de todo eso y muestra un Oeste donde todo es árido y desagradable: tanto los lugares físicos en los que se desarrolla la historia, como sobre todo ésta misma. En la huida de Ulzana no hay nada honorable: se aburre en la reserva y necesita guerrear de vez en cuando. Tampoco en sus acciones, crueles como pocas veces se había visto en el cine hasta entonces. Lo mismo cabe decir de sus perseguidores, encabezados por tres hombres muy distintos: el viejo explorador McIntosh, que conoce a los apaches, les entiende… y por eso les teme; el joven e idealista teniente De Buin, que a fuerza de toparse con las crueldades de Ulzana acaba comprendiendo que sus valores cristianos de poco pueden servirle en la vida que ha elegido; y el apache Ke-Ni-Tay, que no es ni un soldado ni un miembro de su tribu, y es ambas cosas a la vez. Quizá el espíritu nihilista del film se aprecia mejor que nunca en la escena en la que los soldados descubren el cadáver del colono Rukeyser: atado, con evidentes signos de tortura, y con la cola de su perro metida en la boca. Horrorizado ante este macabro detalle, De Buin mira a McIntosh y le pregunta: «¿Qué significa esto?». Y el explorador, que ya lo ha visto todo, le contesta: «Que los apaches también tienen sentido del humor». No hay buenos y malos, sino malos y peores, como suele ocurrir en el mundo real. Los hombres blancos y los apaches actúan de acuerdo a lo que son, y sus mundos están inevitablemente enfrentados. «No se juzga al desierto por no tener agua, basta con temerlo», dice McIntosh. El sueño de la paz y el amor era sólo eso, un sueño: la guerra y la violencia son la realidad.
Una vez más, Aldrich afrontó el proyecto rodeado de su equipo técnico habitual. Hay que destacar la labor del operador Joseph Biroc, cuya cámara capta la esencia de lo narrado y nos presenta una película nada luminosa, de paisajes más grises y deprimentes que espectaculares. La puesta en escena es, como siempre, efectiva, y una vez más hay que alabar la calidad de las escenas de acción y la habilidad de Aldrich para conseguir que siempre ocurran cosas, y para saber contarlas.
En el reparto, brilla con luz propia la presencia de Burt Lancaster, que se reencontró con Aldrich dieciocho años después de Veracruz. El intérprete supo darle a su personaje el tono crepuscular que requería, y que a través de él contagia toda la película. Su escena final es, sencillamente formidable, digna de un actor que supo envejecer como pocos. Un joven Bruce Davison le da la réplica, con acierto. El resto de personajes cumplen con total corrección, en especial un viejo conocido de Aldrich como Richard Jaeckel, en el rol de un sargento bregado en mil batallas que tiene una de las mejores frases de la película.
La venganza de Ulzana, western atípico en muchas cosas (la forma de mostrar la violencia de los apaches, entre ellas), es una de las mejores muestras de la variante crepuscular del género. Una historia cargada de nihilismo y desesperanza que sitúa al espectador muy lejos de la indiferencia y se ubica, no sólo por lo cronológico, sino también por méritos propios, en un período especialmente brillante en la carrera de su director.