Estos últimos días, en Barcelona se percibe un intenso olor a humo. Por lo que a mí respecta, sobre lo que está ocurriendo tras el desalojo de Can Vies sólo puedo decir unas cuantas obviedades: que entiendo perfectamente a quienes se rebelan, que les sobran los motivos, aunque eso no signifique justificar algunas actitudes puntuales; que lo raro no es que estas cosas ocurran, sino que no ocurran más; que en esta ciudad de postal vive mucha gente que está harta de que le arruinen la vida sin que se cuente con ella más que para pagar, callar y votar lo que toca, cuando toca; que tenemos una clase dirigente corrupta e inútil, mucho más capacitada para crear y amplificar problemas que para solucionarlos; que no debería ser necesario gritar para que a uno le escuchen, pero lo es; que las banderas o el salvar a las ballenas son cuestiones de una importancia muy secundaria respecto a la justicia social; y que, en definitiva, lo malo no es tirar piedras, sino equivocar el objetivo.