CITY BENEATH THE SEA. 1971. 93´. Color.
Dirección: Irwin Allen; Guión: John Meredyth Lucas, basado en un argumento de Irwin Allen; Dirección de fotografía: Kenneth Peach; Montaje: James Baiotto; Música: Richard LaSalle; Dirección artística: Stan Jolley y Rodger E. Maus; Decorados: James Cane; Producción: Irwin Allen, para Warner Bros. Television (EE.UU.).
Intérpretes: Stuart Whitman (Almirante Matthews); Robert Wagner (Brett Matthews); Rosemary Forsyth (Lia Holmes); Robert Colbert (Comandante Woody Patterson); Burr DeBenning (Aguila); Susana Miranda (Elena); Paul Stewart (Barton); Richard Basehart (Presidente de EE.UU.); Joseph Cotten (Dr. Ziegler); James Darren (Dr. Talty); Whit Bissell (Profesor Holmes); Charles Dierkop (Quinn); Sugar Ray Robinson, Larry Pennell.
Sinopsis: En el año 2053, el almirante Matthews debe regresar a Pacifica, ciudad submarina en la que le culpan de la muerte del hombre que le ayudó en su construcción, por encargo presidencial. Su misión es salvaguardar las reservas de oro de Fort Knox ante la amenaza de terremotos en la superficie, pero todo se complica cuando los científicos descubren que un asteroide está a punto de chocar contra la Tierra.
Irwin Allen ataca de nuevo. Una década después de Viaje al fondo del mar, el productor estrella de los films de catástrofes se encargó de dirigir este telefilm que guarda enormes similitudes argumentales con su predecesora. Está claro que a Allen no le importaban demasiado lo poco originales que pudieran ser sus tramas, ni desde luego su verosimilitud, así que aquí optó directamente por el autoplagio, confiando el éxito de la propuesta a su proverbial sentido del espectáculo. El resultado fue, otra vez, un producto no demasiado distinguido, pero también un buen entretenimiento. La maquinaria que muy pronto le daría a Irwin Allen algunos rutilantes éxitos ya estaba bien engrasada, y de eso se trataba. De hacer arte, o al menos de intentarlo, ya se encargaban los jóvenes cineastas que por entonces iniciaban su asalto a Hollywood.
De nuevo hay un oficial íntegro y competente encargado de una misión difícil que cada vez se va complicando más. Otra vez tenemos la amenaza de una catástrofe de dimensiones planetarias… y a las armas nucleares como medio de evitarla. Esta vez al protagonista se le añade un trauma del pasado: él ayudó a construir Pacifica, pero se le considera responsable del accidente que causó la muerte de Bill Holmes, el hombre que fue su mano derecha en el proyecto. Por eso, el almirante Matthews intenta evitar su regreso a la ciudad submarina, en la cual no es demasiado bien recibido, ni por el oficial que le sustituyó, ni por la viuda de Holmes, ni por su propio hermano, que tiene sus propios planes respecto al futuro de la ciudad y al suyo propio. Tampoco ayuda que durante el primer día de Matthews en Pacifica el comandante Patterson sufra un accidente muy similar al que le costó la vida a Holmes. Hasta aquí la cosa puede parecer hasta normal: lo delirante viene cuando a esto se le suman las reservas de oro de Fort Knox, el almacenaje de la más poderosa (y peligrosa) fuente de energía existente, un asteroide que mire usted por dónde se va a estrellar precisamente allí, y un siniestro plan para robar el oro y conseguir el control energético del planeta. Todo en el mismo saco. Una vez más, Allen, cuyas dotes de entertainer son indiscutibles, intenta el triunfo a partir de la acumulación de elementos o, dicho de otra forma, obtener la complicidad del espectador a fuerza de abrumarlo. Y, de nuevo, lo consigue: Ciudad bajo el agua es un espectáculo sumamente entretenido, en el que los decorados y efectos especiales aún hoy resultan destacables y donde lo intragable del argumento no es obstáculo para la diversión.
El hecho de que estemos hablando de un telefilme, más que un defecto, contribuye a aumentar la simpatía del espectador hacia el producto, pues la sensación que uno tiene es que, a nivel visual, se ha conseguido mucho con poco. Símbolo del espectáculo aparatoso, Irwin Allen tiene aquí el mérito de conseguir darlo sin contar, a priori, con demasiadas grandes bazas en el apartado técnico. Ahí, todo es más que correcto, y se anuncia el camino del productor hacia la primera división de Hollywood.
En el plano interpretativo, la fórmula habitual: rostros conocidos, estrellas apagadas y aspirantes al firmamento. La verdad, es que el hecho de que los personajes estén poco desarrollados y trabajados tampoco ayuda. El protagonista, Stuart Whitman, hace un trabajo tan esforzado como poco brillante, y lo mismo puede decirse de unos secundarios (Forsyth, Colbert, De Benning) que parecen estar ahí más por la percha que por su capacidad actoral. Más que destacar ellos, hacen que el trabajo de Whitman parezca mejor. Robert Wagner tampoco es que se luzca demasiado en un rol de lo más plano, y lo mejor se queda en las intervenciones, que a uno se le hacen cortas, de actores de verdad como Joseph Cotten, Paul Stewart o Richard Basehart. No es Shakespeare, de acuerdo, pero un mayor equilibrio de fuerzas entre los distintos apartados de la película (técnico, narrativo e interpretativo) no hubiera estado de más. Salta a la vista que, de los tres, el primero es el que más le interesa a Irwin Allen, y con diferencia.
Como dicen los mayores, Ciudad bajo el agua no mantiene, pero entretiene. Tiene la gran virtud de no aburrir, y eso ayuda a sobrellevar mejor sus no pocos defectos.