La gente me dice por la calle: ¿no vas a escribir sobre Jordi Pujol? Y, la verdad, me gusta que me hagan esa pregunta. El hecho de que el (nunca para mí) Molt Honorable sea, entre otras cosas, un defraudador fiscal de tomo y lomo podrá ser muchas cosas, pero no una sorpresa. Quien haya vivido en Catalunya durante los últimos 34 años y se haya tomado la molestia de estar bien informado sabía lo que había, que el presunto símbolo, padre de la patria y casi santo para algunos era un chorizo que había usado el inmenso (y amparado por todos los que han gobernado en Madrid) poder que tenía para convertir ese país al que tanto dice querer en un coto privado para, valga la redundancia, disfrute propio. Aquí sólo pintaban algo el susodicho, su numerosa familia y su grupo de amiguetes, también conocido como Convergència Democràtica de Catalunya. Han gobernado muy poco, y muy mal, a lo largo de demasiado tiempo, y siguen haciéndolo. Nos han convertido en la Valencia del Norte, han demostrado que el caciquismo no es patrimonio exclusivo del Noroeste, han robado a espuertas (con la connivencia del resto de la casta, que también ha pillado lo que su cota de poder le ha permitido) y, cuando les ha hecho falta, se han envuelto con la senyera y problema resuelto. Uno, que podrá ser tonto pero se niega a hacérselo, creía que el giro independentista de Convergència se debía al canguelo frente a las legítimas (y judicialmente avaladas) protestas populares que se produjeron con el estallido de la crisis (el mal llamado asalto al Parlament, los violentos incidentes ocurridos en Barcelona durante la huelga general de marzo de 2011…). Algo de eso hay, qué duda cabe, pero resulta que el motivo principal del Molt Honorable y sus 40 ladrones es la muy lógica pretensión de huir de sus acreedores.
Como no soy cristiano, aprecio mucho más a quien no peca que a quienes lo hacen mucho y pretenden que una confesión lo arregle todo. No existe mejor modo de mostrar el arrepentimiento de esa importante familia que devolver lo robado. Que, seguramente, es mucho más de lo que dicen, así que toca investigar hasta el fondo para saber, por ejemplo, de cuánta pasta estamos hablando, y quiénes se la han llevado. Urge una depuración de parásitos en este país, pero en mi opinión, lo mejor de todo esto es que ya nadie puede decir que no sabía lo que todos sabíamos: que el oasis catalán siempre fue un espejismo.