Suelo leer periódicos de distintas tendencias políticas, aunque últimamente todos ellos coinciden en demonizar a Pablo Iglesias, cara visible de la esperanza de este país. Pues bien, en la edición de hoy de esos periódicos se nos informa de la compra de Catalunya Banc por parte del BBVA, por una cantidad que no va mucho más allá de los mil millones de euros. En total, este robo a gran escala le ha costado al Estado (o sea, a usted, a mí y a todos los paganos por cojones) más de once mil millones de euros, cantidad que supera la que suman los sucesivos recortes en el presupuesto de la sanidad pública estatal en estos años funestos. Aunque uno no albergue demasiada confianza al respecto, sería de esperar que lo que ha ocurrido con Catalunya Banc fuera motivo de reflexión para todo el país. Me refiero a ese que cree que todos sus males vienen de fuera, a ese que en su ceguera pseudoreligiosa se dice libre de la infección que lo ha podrido todo, y ni él mismo se lo cree. Como más vale ser demagogo que hipócrita (u otra cosa que empieza con la misma sílaba), uno también lee que en Bellvitge hay personas que luchan por su dignidad como pacientes de un servicio público cuyo desmantelamiento es en la práctica un hecho, y que sólo de boquilla es ya universal y de calidad. Esa lucha, la de no palmarla en Urgencias esperando a que te atiendan, la de no estar tirado como una colilla en un pasillo de hospital porque a un tiburón, al que siempre atenderán en clínicas privadas, se le ha ocurrido cerrar plantas enteras, sí debería ser la de todos nosotros. Como la de hacer abortar la reforma de la ley del aborto, o la de conseguir que el PP se trague la reforma municipal tras la que ha planeado parapetarse detrás de esos sillones desde los que (nos) ha robado a manos llenas. Los etarras son asesinos. A otros no les hace falta usar pistola para ser un cáncer para los ciudadanos a los que en teoría deben servir.