ILLEGAL. 1955. 89´. B/N.
Dirección: Lewis Allen; Guión: W.R. Burnett y James R. Webb, basado en la historia de Frank J. Collins; Dirección de fotografía: J. Peverell Marley; Montaje: Thomas Reilly; Música: Max Steiner; Dirección artística: Stanley Fleischer; Decorados: William Wallace; Producción: Frank P. Rosenberg, para Warner Bros. (EE.UU.).
Intérpretes: Edward G. Robinson (Victor Scott); Nina Foch (Ellen Miles); Hugh Marlowe (Ray Borden); Albert Dekker (Frank Garland); Jayne Mansfield (Angel O´Hara); Howard St. John (E.A. Smith); Ellen Corby (Srta. Hinkel); Edward Platt (Ralph Ford); Jan Merlin, Robert Ellenstein, Jay Adler, DeForest Kelley, James McCallion.
Sinopsis: Victor Scott es un exitoso fiscal que cae en una profunda crisis después de que un inocente fuera ejecutado por su culpa. Rehabilitado, decide cambiar de bando, y se dedica a defender a rufianes de poca monta hasta que un caso de desfalco le pone en contacto con Frank Garland, un poderoso delincuente al que no pudo procesar siendo fiscal.
Apenas unos meses después de finalizar El regreso del gangster, Lewis Allen y Edward G. Robinson volvieron a colaborar en una nueva pieza de cine negro, Ilegal, superior en casi todo a su antecesora y que en poco desmerece a títulos mucho más conocidos del género.
Nada le produce más placer a Victor Scott que salir victorioso ante un tribunal. Es un fiscal tenaz y talentoso, de origen humilde y voluntad de hierro, que explota todos los recovecos de la ley para evitar que los culpables escapen de la justicia. Es el mejor, y todos, desde sus compañeros y empleados hasta sus oponentes, le admiran. Hasta que la pericia de Scott lleva a un inocente a la silla eléctrica. El fiscal se derrumba entre el alcohol y la autocompasión, y en poco tiempo pasa de ser una respetada figura pública a un apestado social. Después de vivir las dos caras de la moneda, Scott decide ejercer como abogado, pues considera que siempre es mejor un culpable suelto que un inocente condenado.
Lo primero que ha que destacar de Ilegal es su guión, en el que no en vano aparece la firma de uno de los grandes del cine negro, William Riley Burnett, junto a un escritor más asiduo del western como James R. Webb. Entre los dos crean un libreto modélico, en el que todo tiene sentido, los diálogos están muy logrados y la progresión narrativa es continua. La cosa empieza fuerte, pues en los primeros diez minutos de metraje se explican muchas cosas, y a partir de ahí la entrada de nuevos elementos de interés, ya sean personajes o situaciones, es continua, hasta llegar a un final que deja un excelente sabor de boca. Ilegal es, ante todo, la historia de un personaje que busca la redención, en cuyas caída y auge tiene mucho que ver el hecho de que este personaje se mueve en un entorno intrínsecamente corrupto. Scott se derrumba cuando comprueba que su talento puede servir para asesinar a inocentes en el nombre de la ley. Para rehabilitarse, debe volverse cínico, y lo consigue… hasta que todos los elementos se conjuran para que una mujer, hacia quien Victor siente una profunda estima, aparezca ante los ojos del mundo como asesina y confidente del poderoso gangster para el que el antiguo fiscal ha acabado trabajando.
Todo lo que de bueno tiene el guión lo tiene de funcional la puesta en escena, en la que hay, como siempre en Lewis Allen, más corrección que arte. Aquí eso no molesta, sino al contrario, pues la forma tiene la virtud de no distraer nunca al espectador del muy interesante fondo. Ni siquiera la música del gran Max Steiner va más allá de lo aplicado pero, repito, lo que sería un lastre de contar con un guión mediocre se convierte en una baza al tener uno espléndido.
El personaje de Victor Scott parece hecho a la medida de Edward G. Robinson, soberbio actor que aquí da lo mejor de sí mismo, a la altura de lo que consiguió en clásicos como Perdición o Perversidad. Él consigue que su personaje sea creíble en su arrogancia y en su decadencia, en lo cínico y en lo sentimental. Recita sus diálogos como lo hacen los grandes, y consigue ser expresivo sin apenas esfuerzo. Verle actuar como lo hace justifica por sí solo el visionado de la película. El resto de intérpretes no lo hacen nada mal: Nina Foch, Howard St. John y Albert Dekker contribuyen con su buen trabajo a realzar el trabajo de Robinson, y con ello la película. Hugh Marlowe no pasa de correcto, y es imposible pasar por alto la presencia de la exhuberante Jayne Mansfield, en uno de sus primeros papeles cinematográficos, en el que además de lucir su privilegiada anatomía, muestra su poco conocida habilidad como pianista.
En resumen, una joya tardía del cine negro a redescubrir, a la que su guión y la interpretación de Edward G. Robinson sitúan claramente por encima de la media.