RAYMOND CARVER, Tres rosas amarillas. Anagrama. 159 páginas. Traducción de Jesús Zulaika.
Uno de los nombres clave de la narrativa norteamericana moderna es sin duda el de Raymond Carver, maestro del relato corto. El escritor de Oregón falleció cuando estaba en la cima de una popularidad que se le resistió largo tiempo, si bien su obra es de las de largo recorrido, no un fenómeno puntual y perecedero. Carver es la voz de la clase media-baja en la América profunda, y se ha hecho un hueco en la memoria literaria colectiva con sus historias llenas de personajes maduros que saben bien lo que es la derrota, narradas con un estilo lacónico, casi minimalista, que en principio parece marcar distancia con el drama pero en el fondo lo enfatiza.
El libro, que es una recopilación de narraciones publicadas de forma independiente en los Estados Unidos, contiene siete relatos, plagados de características comunes: personajes maduros que se enfrentan a cambios traumáticos, cuando no a la pura y simple amenaza de derrumbe de sus vidas; matrimonios que mueren de agotamiento, hombres que luchan por mantenerse sobrios, deudas, apartamentos de alquiler en barrios tan grises como la vida misma, ex-esposas dominadas por el rencor, hijos problemáticos, carreteras que llevan a sitios donde a uno le espera, poco más o menos, lo mismo que dejó atrás, golpes de timón más forzados que voluntarios, batallas que casi siempre se pierden… leyendo estos cuentos, a uno le vienen a la cabeza canciones de Dylan, de Cohen, de Waits. También una de mis favoritas en español: Ruido, de Joaquín Sabina. De todo eso habla, en las antípodas del exhibicionismo, crudo de puro realista, Carver.
Hay, sin embargo, un cuento que se aparta algo de la senda, y es el que da título a la recopilación. En él. Carver recrea los últimos días en la vida de Anton Chéjov, enfermo de tuberculosis, en 1904. Parece un relato dedicado a quienes puedan acusar al autor de escribir sólo sobre sí mismo, como si eso, en el fondo, no es lo que hiciera todo el mundo; en todo caso, es un relato magnífico. Del resto, que como he dicho forma un conjunto bastante unitario, destaco Cajas, Intimidad y El elefante. Los demás cuentos son muy buenos, repito, y lo de destacar unos relatos sobre otros es, a este nivel, algo aún más subjetivo que de costumbre. Carver tiene el don de la sencillez, la virtud de la honestidad y un estilo que huye de la floritura como de la peste. Sin rodeos ni dobleces, el alma dolorida de la América real. Eso es Raymond Carver, escritor imprescindible.