Obligada visita a la sala Barts para reencontrarme con uno de mis héroes musicales, Joe Satriani, el guitarrista neoyorquino de quien nadie diría que acaba de cumplir 58 años. Con un nuevo, y muy estimable, álbum bajo el brazo, Satriani y su tropa desembarcaron en Barcelona y se encontraron ante una sala llena que les recibió con entusiasmo. La última visita del maestro (a Apolo, si mal no recuerdo) fue hace casi cuatro años, y había ganas de volver a oírle tocar la guitarra junto a su nueva banda, formada por Mike Keneally a la segunda guitarra y teclados, Bryan Beller al bajo y Marco Minnemann a la batería.
La forma de tocar de Joe Satriani me impresionó desde la primera audición, de la cual hace ya más de un cuarto de siglo, y sigue haciéndolo. Para mí, hablar de él es hacerlo de las visitas a los amigos para escuchar Surfing with the alien, o de la alegría al salir de la tienda de discos con Flying in a blue dream bajo el brazo, cuando un servidor aún no había cumplido los diecisiete. Muchas cosas han pasado, pero cuando, después de una pieza del nuevo trabajo y de la brutal Devil´s slide, sonó el tema-título de aquel álbum que sigue estando en el lugar destinado a los vinilos imprescindibles, pareció no haberlo hecho, que todo estaba aún por hacer, que si para Joe Satriani es posible tocar aún mejor que entonces, lo demás es hasta sencillo. El sonido era bueno, los músicos excelentes (Keneally aporta mucha riqueza doblando guitarras con el líder y haciéndole de soporte, Benner sonó brillante y compacto, y Minnemann es una verdadera bestia con las baquetas), la ubicación casi perfecta, y las proyecciones que acompañaban los temas sugerían ambientes o, como en el caso de la mítica Satch boogie, nos retrotraían a los años en los que Satriani se convirtió en uno de los grandes referentes de la guitarra rockera. Desde entonces, sigue mejorando aún más su técnica, haciendo discos buenos y conciertos despatarrantes, sesiones de dos horas de virtuosismo que pasan volando y tras las que uno sólo quiere más canciones. Las del nuevo álbum, como Unstoppable momentum o Shine on american dreamer sonaron fantásticas; los clásicos (Ice 9, The crush of love, Always with me, always with you -coreada por los asistentes-, Surfing with the alien o, ya en los bises, Summer song), mejorados, y uno sólo quería que el generalizado éxtasis continuara un poco más. Al final, Satriani y los suyos vieron recompensado su gran concierto con una ovación de gala, obtuvieron un triunfo indiscutible y demostraron que, al menos en la música, hay amores eternos.
Volando en un sueño azul:
Esta sí es la canción del verano: