El año que viene hay elecciones municipales, hecho que ha aprovechado el PP (Partido del Pucherazo) para intentar colar una reforma electoral que supondría la mayor agresión a la democracia desde que ésta se reinstauró. Toca tumbarla haciendo lo que sea necesario, pues este es uno de esos casos en los que el fin justifica los medios. Dicho esto, hablaré un poco sobre mi ciudad: Barcelona está muy enfadada, y con razón. Lo sabemos quienes pisamos la calle por debajo de la Diagonal y no somos consumidores de narcóticos, ni de los que proporciona el poder, ni de los otros. Existe un malestar que arranca de esa gran estafa llamada Fórum de las Culturas, que fue haciéndose más evidente durante los últimos (y lamentables) años de mandato socialista, y que se ha acentuado con la crisis económica global y con la no menos penosa labor del Gobierno municipal de CIU, que sólo se ha distinguido del anterior por su mayor afán privatizador y por haber aprovechado la (heredada) buena salud de las finanzas municipales para convertirse en el banco de la arruinada Generalitat, papel que, en justicia, debería corresponder a Andorra, no a Barcelona. Estos últimos días, el malestar social ha explotado en la Barceloneta, barrio en el que los vecinos de toda la vida son víctimas de un modelo turístico y de ciudad lerdo, acomplejado y estrecho de miras. ¿De verdad que aquí sólo valemos para servir sangría a los guiris y limpiarles las vomitonas? ¿No sabemos hacer nada mejor que convertir al único valor importante del país en una especie de Lloret de Mar o Salou con coartada cultural? Cuando uno sale y ve que hay barrios enteros repletos de apartamentos ilegales, pestazo a orines de alcohol barato y tienduchas de suministro low cost, que las zonas turísticas de esta ciudad están saturadísimas y son intransitables incluso en agosto, que nos hemos convertido en un abrevadero y un prostíbulo del Primer Mundo (sólo hay que ver a esas hordas de guiris pasear luciendo camisetas con el mensaje Lo que pasa en Barcelona, se queda en Barcelona) y que, en definitiva, los responsables municipales ignoran las protestas de las ciudadanos hasta que éstas explotan, toman las calles y se ven reflejadas en los medios de comunicación, se da cuenta de que nos hemos equivocado, y mucho. Rectificar es de sabios, dicen. Es de desear que a los barceloneses se nos ofrezca, de cara a las próximas elecciones, una alternativa que nos tenga en cuenta y aspire a gobernar la ciudad de otra manera, que no puede ser sino mejor que la existente. O eso, o las únicas alternativas reales serán recluirse o largarse.