CHARLES BUKOWSKI. Shakespeare nunca lo hizo (Shakespeare never did this). Anagrama. 159 páginas. Texto en prosa traducido por Laura Sanjuán y Jordi De Miguel. Poemas traducidos por Txaro Santoro y Cecilia Ceriani.
Como le sucedió a otros muchos escritores norteamericanos, a Charles Bukowski la fama le llegó a edad tardia, y al principio (o sea, en la segunda mitad de la década de los 70) esa fama fue mucho más intensa en Europa. De ahí que a sus editores en el Viejo Continente se les ocurriera organizarle una gira por Francia y Alemania, el país que vio nacer al autor de Cartero. El regreso a la madre patria, país que podría visitar con su compañera, Linda Lee, junto a una lectura poética en Hamburgo y la aparición de Bukowski en el programa literario más célebre de la televisión francesa eran los momentos álgidos de la ruta. El último de ellos todavía se recuerda: en antena, Bukowski hizo una genial interpretación de sí mismo, se emborrachó, soltó los exabruptos que se le ocurrieron y se largó del programa un segundo antes de que le echaran. Shakespeare nunca lo hizo es la crónica de esa gira, completada con una serie de fotografías y epilogadas con los poemas que escribió Bukowski durante el trayecto.
El estilo es el de siempre: en Sir Charles no hay trampa ni cartón. Yo le admiro por eso: escribe con las vísceras, como si te estuviera narrando sus vivencias en la barra de un bar. Su literatura surge de las cloacas del sueño americano, de los garitos cutres, de las putas baratas, de los trabajos de mierda. Como el éxito le llegó siendo ya viejo, supo disfrutar de él sin renunciar a su personalidad ni a su experiencia. Simplemente, podía pagar el alquiler, beber vinos de buena calidad y follar más y mejor, lejos de la condena diaria del empleo basura que tan bien supo retratar en sus obras. Llama la atención la naturalidad con la que describe su famoso incidente televisivo, que por cierto le granjeó muchos más elogios que críticas (excepto en el caso del tío ginecólogo de Linda Lee, que vivía en Francia y se negó a ver a la pareja después del escándalo). Otros rasgos típicos del autor sobresalen en este singular cuaderno de viajes: su alcoholismo, su misantropía (atenuada por el sincero aprecio que siente hacia Barbet Schroeder y Carl Weissner, y también hacia su compañera), su desdén hacia todo lo que signifique seriedad (arte, política, religión) y, desde luego, su absoluta ausencia de diplomacia. «Esto es lo que hay. Si no te gusta, te jodes», parece ser el leit-motiv bukowskiano. Ganas de agradar, las justas. O sea, ninguna. Bukowski, tan ajeno a la corrección política, tuvo suerte de morir antes de que esa epidemia lo invadiera todo. La lectura de sus obras es un eficaz antídoto contra la hipocresía. Escribe lo que otros muchos callan: resacas, movimientos intestinales, la dura existencia de los que no son nadie.
Confieso que prefiero al Bukowski prosista que al poeta, y esto se hace más patente en un texto en el que ambas facetas se encuentran representadas. Al contrario que a otros artistas, a Bukowski le favorece explayarse, profundizar en la exposición. Además, su estilo es eminentemente prosaico, incluso cuando escribe poemas.
Es casi seguro que, quien lea Shakespeare nunca lo hizo, cerrará el libro sabiendo lo mismo sobre Francia y Alemania que antes de abrirlo. Pero habrá descubierto a un escritor de verdad.