SEX, LIES AND VIDEOTAPE. 1989. 100´. Color.
Dirección: Steven Soderbergh; Guión: Steven Soderbergh; Dirección de fotografía: Walt Lloyd; Montaje: Steven Soderbergh; Música: Cliff Martínez; Dirección artística: Joanne Schmidt; Producción: John Hardy, para Outlaw Productions (EE.UU.).
Intérpretes: James Spader (Graham); Andie MacDowell (Ann Bishop Mullany); Peter Gallagher (John Mullany); Laura San Giacomo (Cynthia Bishop); Ron Vawter (Terapeuta); Steven Brill, Alexandra Root, David Foil.
Sinopsis: John y Graham eran amigos en el instituto, pero no se han visto en nueve años. Cuando Graham le dice que quiere volver a su ciudad, John le ofrece su casa para que se hospede allí unos días. La aparición de Graham cambiará la vida de ambos, así como las de las hermanas Ann y Cynthia, esposa y amante de John.
La ópera prima de Steven Soderbergh, estrenada cuando el director tenía 26 años, es una buena muestra de un talento que desde entonces sólo ha asomado a cuentagotas. Escrita y rodada en tiempo récord, la película es una muestra del mejor cine independiente norteamericano en la que la escasez de personajes y escenarios resulta ser una virtud, pues permite al director ceñirse a lo fundamental, al estudio de caracteres. Y, en eso, la película es de las mejores que he visto.
John y Ann forman un matrimonio aparentemente feliz. Él es un abogado de éxito; ella, un ama de casa que acude a terapia y ha perdido el interés por el sexo. Ann tiene una hermana, Cynthia, de carácter opuesto al suyo, que a su vez es la amante de John. Este puzzle de hipocresías, falsedades y frustraciones explotará cuando aparezca en escena Graham, un antiguo amigo de John con una característica peculiar: es impotente y satisface sus instintos sexuales viendo cintas de vídeo en las que graba a mujeres anónimas que le cuentan sus experiencias en esa materia.
Como acostumbra a suceder, el secreto del éxito de Sexo, mentiras y cintas de vídeo reside en su guión: preciso, coherente y lleno de sugerencias. En la película se habla mucho y se divaga poco, pero hay infinidad de detalles de interés que van más allá de lo que se dice: lo definitoria que resulta la forma de vestir de los personajes y lo mucho que explican los cambios indumentarios que se producen, en especial los de Ann; la importancia de las miradas y los gestos, llenos de naturalidad; las segundas lecturas de los diálogos, por ejemplo uno en el que John critica a Ann por echar demasiada sal a las comidas, que sugiere su infidelidad; la elegancia con la que se tratan las cuestiones sexuales y, por supuesto, la valentía y la ausencia de tópicos del film.
Cuando se fue de la ciudad, Graham era muy parecido a John: un mentiroso, un hipócrita, un tipo que utiliza a los demás como mejor le conviene. Nueve años después, es casi su contrario: todas sus pertenencias caben en el maletero de un coche, acarrea las heridas de un noviazgo frustrado y se ha convertido en un impotente que graba las confidencias sexuales de las mujeres y se excita con ellas. Ha vuelto para concluir algo, quizá para reencontrarse. Luce un atuendo que recuerda al de un sacerdote y, en cuanto puede, se recluye en un apartamento cuya puerta, paradójicamente, siempre está abierta. Pero antes de encontrar ese apartamento conoció a Ann, la esposa de John: mojigata, dueña de ese carácter obsesivo que revela una sexualidad reprimida e insatisfecha. Desde el principio, ambos conectan. John está en otras cosas: en ascender en lo profesional y en tirarse a su cuñada, básicamente. No obstante, las hermanas hablan entre sí y, en cuanto Cynthia sabe de la existencia de Graham, quiere conocerle. Lo hace, y permite que él le grabe una de sus cintas de vídeo. Esto escandaliza a Ann y John: en ambos casos, por celos, aunque vengan disfrazados de honesta y sincera preocupación por la hermana/amante que deja sus secretos más íntimos a merced de un pervertido.
Cuando una película se basa en explicar los caracteres de unos pocos personajes, su éxito reside, precisamente, en no parecer una película. El encanto se pierde cuando aparecen lo grandilocuente, lo forzado, lo moralizante: Sexo, mentiras y cintas de vídeo es uno de esos afortunados accidentes en los que eso no ocurre nunca. Soderbergh, además, es uno de los cineastas actuales que mejor filma, que con más acierto saben explotar las posibilidades de la fotografía y el montaje. Estas virtudes ya aparecen en esta primera obra, todo un modelo en eso de conseguir mucho con muy poco. Los planos son limpios, sobrios y nada recargados; el montaje destaca desde el mismo inicio, en el que la sesión de terapia de Ann se muestra en paralelo a la llegada a la ciudad de Graham. En una película que trata el voyeurismo, lo visual es muy importante, y Soderbergh aprueba con nota pese a contar con un presupuesto ridículo.
Uno de los puntos fuertes de la película es la interpretación de James Spader, el actor que da vida al personaje más interesante, pero también al más difícil: está perfecto en la gestualidad, en la dicción y en la expresión. Su forma de hablar, muchas veces titubeante, sus miradas en ocasiones intensas, casi siempre esquivas, la transformación que experimenta al pasar de observador, el papel que ha elegido y que mejor le cuadra, a observado, de penetrar en la esencia de los demás a exponer la suya, aportan al personaje aún más cosas de las que el guión le brindaba. Andie MacDowell, actriz para mí mediocre, consigue aquí la mejor interpretación de su carrera, y luce como nunca ante la cámara de Soderbergh. Peter Gallagher, cuyo personaje pertenece a las dos peores categorías de individuos (los abogados y los mentirosos), lo interpreta con gran corrección, y Laura San Giacomo luce todo lo sexy, extrovertida y desacomplejada que su rol exige. Algo tiene una película cuando ninguno de sus protagonistas ha estado mejor, ni antes, ni después.
Sexo, mentiras y cintas de vídeo es una gran película, que además de ser una perfecta muestra de que en el cine, muchas veces, menos es más, se adentra en los laberintos de la sexualidad humana con elegancia y desde un punto de vista que, entonces y ahora, resulta original e inteligente.