ANATOMY OF A MURDER. 1959. 160´. B/N.
Dirección : Otto Preminger; Guión: Wendell Mayes, basado en la novela de Robert Traver (John D. Voelker); Dirección de fotografía: Sam Leavitt; Montaje: Louis R. Loeffler; Música: Duke Ellington; Diseño de producción: Boris Leven; Producción: Otto Preminger, para Columbia Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: James Stewart (Paul Biegler); Lee Remick (Laura Manion); Ben Gazzara (Frederick Manion); Arthur O´Connell (Parnell McCarthy); Eve Arden (Maida); Kathryn Grant (Mary Pilant); George C. Scott (Claude Dancer); Orson Bean (Dr. Matthew Smith); Russ Brown (George Lemon); Murray Hamilton (Alphonse Paquette); Brooks West (Mitch Lodwick); Joseph N. Welch (Juez Weaver); Ken Lynch, John Qualen, Howard McNear, Alexander Campbell, Royal Beal, Duke Ellington.
Sinopsis: La esposa de un teniente del Ejército acude a Paul Biegler, un ex-fiscal metido a abogado, para que defienda a su marido, que asesinó a tiros al hombre que la violó.
Otto Preminger, uno de tantos cineastas que llegaron a Hollywood huyendo del nazismo, se construyó una sólida y exitosa carrera en la Meca del cine. Liberal convencido y enemigo de la censura, el director de origen austríaco nunca rehuyó la polémica y, después de haber llevado al cine Porgy & Bess, se involucró de lleno en la realización de un drama judicial de temática muy escabrosa para la época, Anatomía de un asesinato, unánimemente considerada como una de las mejores películas sobre tribunales jamás realizadas. Secundo esa consideración: la película es excelente, una de los films más logrados dentro de un subgénero muy proclive a provocar aburrimiento. Para no caer en esa trampa, Preminger se apoya en una historia muy potente y bien desarrollada, y engancha desde el mismo inicio, gracias a la labor de dos genios indiscutibles: Saul Bass en los títulos de crédito y Duke Ellington, quien, además de hacer un cameo, firma una de las mejores bandas sonoras de la historia del cine.
Paul Biegler trabajaba en la oficina del fiscal, hasta que un día decidieron agradecerle sus diez años de trabajo dándole con la puerta en las narices. Ejerce como abogado, pero anda escaso de clientes y dedica la mayor parte de su tiempo a pescar y a compartir botellas de whisky y lecturas jurídicas con Parnell McCarthy, un abogado retirado. Tan aislado vive, que es de los últimos en enterarse de un suceso que ha conmocionado la comarca: un oficial del ejército asesinó a tiros al dueño de un bar de la zona, que presuntamente había apalizado y violado a la esposa del militar. Biegler decide asumir la defensa del reo, y para hacerlo con éxito necesita saber realmente qué sucedió la noche de autos, antes de que lo haga la fiscalía, que ha recurrido a un ayudante llegado de la capital dada la notoriedad del caso.
Biegler es una especie rara en el mundo en general, y aún más en el jurídico: un hombre con principios. Además, es un tipo al que le gusta su trabajo, y en especial ganar pleitos, lo que le convierte en el defensor ideal para un marido celoso, casado con una mujer muy… coqueta (hoy tengo el día fino).
Preminger, director conocido por el alto nivel de calidad de sus producciones, así como por su mal genio, ofrece aquí lo mejor de sí mismo: una historia impactante, servida de un modo deliberadamente ambiguo, cuyas piezas van encajando a medida que se acerca el visto para sentencia; un tratamiento visual clásico y de un elogiable afán perfeccionista (Sam Leavitt, seguramente el cameraman preferido de Preminger, hace aquí el que sin duda es su mejor trabajo), una excelente dirección de actores y un cuidado trabajo de montaje, en el que destaca el hecho de que lo único que no se nos ofrece del juicio es lo que suele constituir el clímax en esta clase de películas: los alegatos finales de la acusación y la defensa. Vemos todo lo demás: los interrogatorios, la búsqueda de pruebas, el desfile de testigos, las reacciones de público y jurado ante lo que sucede en el estrado, las argucias de los letrados… Preminger, con la ayuda del formidable guión de Wendell Mayes, consigue que el dilatado metraje no suponga un lastre, y que el espectador disponga de todos los elementos necesarios para dictar su propio veredicto, que él decida si Barney Quill era un violador, si Laura Manion exagera o miente y, sobre todo, si su marido cometió el asesinato bajo un estado mental de demencia transitoria.
James Stewart, aquí en una de sus mejores actuaciones, interpreta a un personaje que parece una mezcla de los que interpretó para Capra y para Hitchcock. Honrado, vehemente, socarrón, ingenuo en el fondo, su Paul Biegler es de esos personajes que permanecen en la memoria del espectador. Unos jóvenes Lee Remick y Ben Gazzara le dan una acertada réplica, ella como esposa pelín casquivana, a la que el abogado ha de vestir con piel de cordero para que su historia resulte creíble, y él como hombre impulsivo pero más inteligente de lo que parece. Con todo, son otros dos secundarios, Arthur O´Connell (en un papel que recuerda mucho a otros que nos regalaron dos grandes actores llamados Walter, Huston y Brennan) y George C. Scott (impresionante fiscal) quienes arrollan con sus interpretaciones.
Lo dicho, un clásico indiscutible, un film que todo el mundo debería ver al menos una vez (varias, si uno es cinéfilo). De lo más destacable en la filmografía de todos los que trabajaron en él, y eso, en no pocos casos, es mucho decir. En ocasiones, la unión de muchos talentos produce un resultado a su altura; Anatomía de un asesinato es, sin duda, una de esas ocasiones.