LOVE AND DEATH. 1975. 84´. Color.
Dirección : Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Ghislain Cloquet; Montaje: Ron Kalish y Ralph Rosenblum; Dirección artística: Willy Holt; Música: Sergei Prokofiev; Producción: Jack Rollins y Charles H. Joffe, para Jack Rollins and Charles H. Joffe Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Woody Allen (Boris Grushenko); Diane Keaton (Sonja); James Tolkan (Napoleón); Howard Vernon (General Leveque); Feodor Atkine (Mikhail); Lloyd Battista (Don Francisco); Harold Gould (Anton Inbedkov); Olga Georges-Picot (Condesa Alexandrovna); Henri Coutet (Minskov); Jessica Harper (Natasha); Brian Coburn (Dimitri); Henri Czarniak, Sol L. Frieder, Tony Jay, Ed Marcus, Zvee Scooler.
Sinopsis: Boris Grushenko reflexiona sobre su vida y sus obsesiones mientras espera a que llegue la hora fijada para su ejecución.
Mucha gente considera que La última noche de Boris Grushenko es el preludio al Woody Allen artístico, un film de transición entre el cómico puro de sus primeras obras y el cineasta de prestigio en que se convirtió después. Por lo que a mí respecta, esta película es la primera de las obras mayores de Allen, pues contiene todo lo que él es como cineasta y es uno de los films en los que más perfecta queda la mezcla entre dos de los grandes ídolos del director neoyorquino: Groucho Marx e Ingmar Bergman.
Sirviéndose de su característica fusión entre el narcisismo y la autoparodia, Allen se traslada a la Rusia zarista para explicarnos la historia de Boris, un joven sensible, pacifista e interesado en la poesía y la filosofía que piensa que su país deberían gobernarlo los siervos y está enamorado de su prima Sonja desde la niñez. Ella, naturalmente, prefiere al hermano de Boris, Ivan, un tipo más bestia que una mula. Desde muy temprana edad, a Boris le asaltan preocupaciones metafísicas y le obsesiona la idea de la muerte. Cuando las tropas napoleónicas invaden Austria, aliada de Rusia, los jóvenes son llamados a filas. El protagonista está en contra de la guerra y trata de evitar su alistamiento en el ejército, pero todos sus intentos serán inútiles, en parte porque todas las personas de su entorno (en especial las que no tendrán que combatir) están seguras de que hay que defender a la patria y rechazan a Boris por ser un cobarde de la peor especie. Este ingreso en la vida militar desemboca en una serie de escenas deudoras del Chaplin de Armas al hombro, en las que se nos muestra lo negado que es Boris en la cosa marcial. No obstante, y de la manera más ridícula posible, el más cobarde de los Grushenko no sólo consigue regresar con vida a Rusia, sino hacerlo convertido en héroe. Las damas le persiguen, pero él, pese a que tampoco hace ascos a las proposiciones, sigue enamorado de Sonja, infelizmente casada con un comerciante de arenques. Boris descubre que su amada no ha tenido inconvenientes en pasarse por los bajos a una parte significativa de la población masculina adulta de San Petersburgo, pero no por eso deja de rechazarle a él. Sabido es que la lógica y las leyes de la atracción se llevan de pena, pero Sonja enviuda y Boris, a punto de batirse en duelo con un experto tirador, le pide matrimonio. Ella acepta, convencida de que su primo morirá en unas horas, pero no es así, y tiene que apechugar con otro matrimonio indeseado. Con el tiempo, Boris y Sonja consiguen ser felices juntos, pero Napoleón invade Rusia y ambos se ven implicados en una trama para asesinar a Bonaparte.
Bergman y (Groucho) Marx, decíamos. También Tolstoi, Dostoievski, Chejov, Chaplin, Keaton, Billy Wilder… El séptimo sello, Sopa de ganso, Guerra y paz, lo objetivo y lo subjetivo, el amor y el sexo… Woody Allen en estado puro. Conocedor de sus carencias en lo visual, el neoyorquino ya tenía la buena costumbre de contratar a directores de fotografía de reconocido prestigio. En esta ocasión, el agraciado fue Ghislain Cloquet, que había trabajado a las órdenes de Becker, Malle o Bresson, y el resultado es bastante superior al de las obras primerizas de Allen. El guión basa su éxito en los diálogos, y triunfa porque éstos son brillantes, ingeniosos y contienen algunas de las mejores frases de toda la filmografía de Allen. Por ejemplo, la respuesta de Boris a la condesa Alexandrandrovna cuando ésta le dice que él es el mejor amante que ha tenido: «Es que practico mucho cuando estoy solo«. Maestro en mezclar alta cultura y humor, Allen apela a la inteligencia de su público (lo que, en cine y en todo, entraña no pocos riesgos), y utiliza los referentes culturales para darles la vuelta y convertirlos en cómicos, no pocas veces reduciéndolos al absurdo. Pero consigue decir cosas importantes provocando sonrisas: sus reflexiones sobre la guerra y la patria, o el choque entre fe y realidad que se produce en la víspera de la ejecución, proporcionan mucho material para la reflexión. Y, esta vez, voy a destripar el final, porque merece la pena: el baile de Boris con la Muerte al ritmo de la maravillosa música de Prokofiev constituye, a la vez, un homenaje a la obra más conocida de Bergman y a la vida en general, y resume de manera excelente la filosofía de toda la película.
Allen nos ofrece una de las más conseguidas interpretaciones que ha hecho nunca de sí mismo, pero La última noche de Boris Grushenko suma muchos puntos gracias a la actuación de Diane Keaton, sin duda la mejor de todas las musas de Allen. Siempre obsesionado por la naturaleza femenina, el director la disecciona de manera espléndida en esta película, y tiene la suerte de contar para ello con una gran actriz. El Woody Allen coral está aún lejos, y los secundarios tienen poco peso específico de la historia, más allá de su contribución (siempre muy episódica) al mejor retrato de la pareja protagonista. Aparecen actores muy conocidos en Europa, como Howard Vernon o Feodor Atkine, así como una primeriza Jessica Harper, que rodó, seguidas, las tres mejores películas de su carrera en aquellos años. Boris Grushenko fue la tercera, y su tryaectoria en el cine dio poco más de sí, lo que es una lástima.
Dicho queda: Woody Allen tiene en su filmografía unas cuantas obras mayores disfrazadas de otra cosa. La última noche de Boris Grushenko es, cronológicamente, la primera de ellas, y es un menú imprescindible para los aficionados a las películas de Woody Allen, y al buen cine en general.