Ahora que Cristóbal Montoro, ese gran humorista incomprendido, afirma que se ha iniciado la era de la recuperación y el empleo, toca empezar a pensar que la cuenta atrás hacia el próximo batacazo está cerca de iniciarse, salvo que después de la somanta de hostias recibidas en los últimos años por las clases medias y bajas de las Españas, hayamos aprendido algo. Por ejemplo, que no hay que ser tan dejados y hemos de asumir que a quienes acceden a los cargos públicos hay que atarlos bien corto para que no nos dejen sin nada; que acceder al poder de compra a base de endeudarse es la mejor forma de acabar accediendo a una vivienda gratuita bajo un puente; que quienes nos han llevado al precipicio poco van a hacer para cambiar el cotarro, con lo bien que les va en él; que, en consecuencia, toca respaldar opciones políticas novedosas; que las banderas no se comen; que los derechos se ganan por la acción y se pierden por la omisión; que los problemas sin resolver de los demás acaban siendo nuestros propios problemas; que para poder discutir sobre el sexo de los ángeles primero hay que expulsar a los turcos de Constantinopla; que a los tiburones nunca se les acaba el hambre y por ello hay que racionarles la comida y, a ser posible, enjaularlos; que la virtud ha de empezar por uno mismo; que tenemos que cambiar el modelo productivo; que sólo a través de la educación y la cultura somos libres; que es imposible construir un mañana con las tácticas de ayer; y que, en definitiva, lo primero que hay que conseguir es que cada puesto sea ocupado por el mejor candidato posible. Si no hemos aprendido nada de esto (y, si he de ser sincero, soy pesimista), la próxima será peor, y se llevará por delante a muchos de los que aún no nos hemos hundido en ésta.