Los voceros de los de siempre andan muy ocupados cargándose el programa económico de Podemos, cuyas líneas maestras fueron presentadas anteayer. Más allá de razonamientos puramente económicos, que uno puede incluso compartir, lo que percibo es la decepción que muchos de esos voceros han sufrido al leer un programa meditado, razonable y nada escandaloso, lejos de la proclama bolivariana que esperaban para alimentar la cobardía del votante medio, ése que está hasta los mismísimos de los que dan de comer a esos voceros y piensa que cualquier cambio que se haga no puede sino mejorar lo que tenemos hoy. Vicenç Navarro, coautor del programa, es un economista competente al que suelo leer con atención. La gente de Podemos, por ahora, está teniendo la virtud de parar los golpes con buena vista, de volver cuando sus enemigos todavía están yendo. Eso, y lo fácil que se lo están poniendo los demás partidos con su rapiña e ineptitud, augura cosas buenas en un futuro cercano. Que sucedan depende un poco de todos nosotros. Como dijo hace poco El Gran Wyoming, Podemos está sirviendo para arrancar máscaras:en especial, las de quienes tienen miedo a los cambios porque a ellos les va, pese a todo, muy bien. También las de aquellos que, en el Noreste, se las dan de izquierdistas y priorizan el cambio nacional (o sea, el giro de 360º) al social. Como poco, hay que conceder el beneficio de la duda a estos jóvenes bien preparados que han decidido dejar atrás la inofensiva filosofía de barra de bar, tan frecuente en este país, y saltar a la arena. Por ellos, pero también por nosotros, por todos aquellos que, pese a haber perdido muchas batallas contra la decepción, todavía nos negamos a creer que sea imposible vivir un día en un país del que uno no tenga que avergonzarse.