ALICE. 1990. 104´. Color.
Dirección: Woody Allen; Guión: Woody Allen; Dirección de fotografía: Carlo Di Palma; Montaje: Susan E. Morse; Diseño de producción: Santo Loquasto; Vestuario: Jeffrey Kurland; Música: Miscelánea. Temas de Jackie Gleason, Erroll Garner, Duke Ellington, Gerardo Matos Rodríguez, etc.; Producción: Robert Greenhut, para Orion Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Mia Farrow (Alice Tait); William Hurt (Doug); Joe Mantegna (Joe); Alec Baldwin (Ed); Judy Davis (Vicki); Blythe Danner (Dorothy); Cybill Shepherd (Nancy Brill); Keye Luke (Dr. Yang); Robin Bartlett (Nina); Gwen Verdon (Madre de Alice); Patrick O´Neal (Padre de Alice); Bernadette Peters (Musa); Julie Kavner, Elle McPherson, Bob Balaban, June Squibb, James Toback, Caroline Aaron.
Sinopsis: Alice es una mujer de mediana edad, educación católica y marido muy rico, que se siente vacía con la vida de lujo que lleva. Aquejada de dolores en la espalda, acude a la consulta del Dr. Yang, un curandero oriental que le han recomendado.
Al margen del episodio rodado para Historias de Nueva York, Woody Allen llevaba un lustro sin rodar un film que pudiera considerarse una comedia. Alice significó su regreso al género que le hizo célebre, aunque no es uno de sus mayores logros como director. Esta vez, Allen cedió todo el protagonismo a su entonces pareja sentimental, Mia Farrow, y construyó una obra deudora de Giulietta de los espíritus, película que Federico Fellini dedicó a su esposa y musa, Giulietta Massina. Una vez más, el Allen homenajeador queda lejos del original.
Alice tiene, en teoría, todo lo que una mujer puede desear: es la esposa de un hombre muy rico, ha formado una familia y tiene todo el tiempo del mundo para hacer lo que le plazca, lo que se traduce en compras y cotilleos junto a sus amigas de clase alta. Sin embargo, no se siente feliz, fantasea con tener una aventura con el padre de una compañera de colegio de su hijo y padece unos fuertes dolores de espalda. Aconsejada por varias personas de su entorno, acude a Chinatown a ver al doctor Yang, un singular curandero que parece poseer la respuesta a todas las preguntas. Nada más ver a Alice, Yang comprende que sus problemas no están en la espalda, sino en la mente, y le receta unas hierbas que, para empezar, la desinhiben y la convierten en alguien muy distinto de la discreta mujer de educación católica que siempre ha sido. En ese estado de semitrance (si la película la hubiese dirigido Scorsese en lugar de Allen, más de uno diría que es una apología de las drogas), Alice se insinúa a Joe, el hombre al que desea. Con todo, las sucesivas visitas al doctor (cuyas pócimas consiguen, por ejemplo, que quien las tome pueda volverse invisible, o que sea capaz de enamorar a quien desee) hacen que la protagonista comprenda lo vacía que es su existencia y la necesidad que tiene de darle un giro radical a su vida.
Allen, que vuelve a contar con Carlo Di Palma en la fotografía para filmar ese Nueva York otoñal que siempre adoró, no estuvo demasiado inspirado en Alice. Más allá de algunos momentos divertidos, como el de la fiesta en casa de su hermana o algunos chistes jocosos sobre el catolicismo, como comedia es más bien sosa, y la parte dramática cojea como nunca lo hace en las obras mayores del director. La música es, una vez más, excelente (siempre es un placer escuchar el piano de Erroll Garner, o a la orquesta de Duke Ellington), aparecen de nuevo la magia y lo paranormal (como ya se ha dicho, Alice consigue volverse invisible, o volar sobre Nueva York junto a Ed, el amor de su vida, fallecido años atrás), pero el film me parece más una faena de aliño que otra cosa. Tampoco ayuda que la protagonista tenga como ídolo, y guía de una transformación que es más bien un regreso a los orígenes, a un personaje más bien siniestro como Teresa de Calcuta. Uno puede suscribir el mensaje de la película y decir que la renuncia a los bienes materiales puede ser la fuente de una verdadera felicidad, pero ese uno no seré yo. No es que Alice sea superficial (incluso cuando deja de serlo), es que la película entera lo es, y cuesta encontrar un solo personaje que no entre en esa categoría.
Mia Farrow, protagonista absoluta del film, ha de lidiar con un personaje que es una especie de híbrido entre ella misma y Allen (que aquí no aparece como actor), sin que tenga demasiado éxito a la hora de darle vida. Tampoco John Hurt, con un papel planísimo, o un Joe Mantegna que ese mismo año estuvo mucho mejor a las órdenes de Coppola en El Padrino III, consiguen darle verdadero carácter a sus interpretaciones, y la fantasmagórica aparición de Alec Baldwin se queda en anécdota. Actrices muy notables como Judy Davis y Blythe Danner aparecen demasiado poco. Me quedo con la también breve aparición de Berrnadette Peters como musa sabelotodo, y con la de Elle McPherson, que por lo menos da pie a un buen chiste.
Alice es un Allen menor, recomendable para incondicionales de este prolífico cineasta y para los asiduos a la comedia, pues, sin ser ninguna maravilla, sí supera a la mayoría de films de ese género que nos han llegado desde más allá del Atlántico en las últimas décadas.