Como defensor a ultranza, además de convencido practicante, del derecho a la libertad de expresión, me cago en los putos fanáticos responsables del atentado en la redacción de Charlie Hebdo. Hago extensivo el saludo a quienes les apoyan o justifican y, desde luego, a quienes han sembrado el odio en sus poco trabajados cerebros. La tolerancia con los intolerantes es mucho más que un mal negocio: es un crimen. Por millonésima vez se demuestra que el invento más funesto del hombre es Dios. Espero que esos asesinos se pudran en la cárcel, y que allí tengan tiempo de leer mucho, de darse cuenta de lo que han hecho, y de suicidarse entre rejas (si lo anterior llega a ocurrir, lo último sería lo más probable… y deseable). En todo caso, que esa escoria sepa que, cuando muera, sólo serán un cadáver más, y no irán a ninguna parte. Como yo. Como todo el mundo. El atentado es algo horrible, pero a la postre inútil. Por eso debemos seguir riéndonos de lo que ellos quieren imponer.