MANHATTAN MURDER MISTERY. 1993. 104´. Color.
Dirección: Woody Allen; Guión: Woody Allen y Marshall Brickman; Dirección de fotografía: Carlo Di Palma; Montaje: Susan E. Morse; Diseño de producción: Santo Loquasto; Vestuario: Jeffrey Kurland; Música: Miscelánea. Temas de Erroll Garner, Art Tatum, Coleman Hawkins, Benny Goodman, Richard Wagner, etc.; Producción: Robert Greenhut, para Tri Star Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Woody Allen (Larry Lipton); Diane Keaton (Carol Lipton); Alan Alda (Ted); Anjelica Huston (Marcia Fox); Jerry Adler (Paul House); Lynn Cohen (Lillian House); Ron Rifkin (Sy); Marge Redmond (Gladys Dalton); Melanie Norris (Helen Moss); Joy Behar, Zach Braff, John Doumanian, Ira Wheeler.
Sinopsis: Larry y Carol forman un matrimonio de mediana edad que ha caído en la monotonía. Conocen a unos vecinos, los House, y, a la noche, la señora House muere de un infarto. Carol cree que la mujer ha sido asesinada por su esposo, y empieza a investigar por su cuenta.
El film que supuso el retorno al cine de Woody Allen después de su escandalosa separación de Mia Farrow fue esta deliciosa comedia negra que volvió a reunirle con Diane Keaton, su antigua pareja.
Misterioso asesinato en Manhattan empieza con un apasionado homenaje a la ciudad de Nueva York y una abundancia de cámara en mano que, lo confieso, acaba cansándome. Allen nos presenta a un matrimonio, formado por un editor y una gran cocinera que aspira a montar su propio restaurante, que vive instalado en la rutina: ella se aburre cuando él la lleva a ver un partido de hockey sobre hielo, y él sale despavorido de la ópera porque si escucha a Wagner durante demasiado tiempo le entran ganas de invadir Polonia (sin duda, una de las grandes frases de Woody Allen). Una noche, Larry y Carol conocen a los House, sus vecinos, y van a su casa a tomar café y pastas… aunque lo que le apetece a Larry es llegar a su habitación y ver una película de Bob Hope que ponen en la tele. Justo un día después de ese encuentro, la señora House muere de un infarto. Carol, extrañada por el repentino fallecimiento de una mujer tan jovial, cree que hay gato encerrado en el asunto y, respaldada por Ted, un amigo del matrimonio secretamente enamorado de ella, decide jugar un poco a los detectives.
Nada como un asesinato para huir de la monotonía, parece decirnos el Woody Allen más jovial en, al menos, una década. Quizá por sentirse liberado al hacer cine y, gracias a él, aislarse de sus problemas personales, el director nos presenta una obra vital y llena de ritmo en la que los homenajes a los clásicos del cine negro no ocultan que, en el fondo, el tema de su película vuelven a ser los vaivenes sentimentales de los protagonistas. Carol no se pondría a investigar si no tuviera un matrimonio aburrido, ni seguiría haciéndolo si no contara con el apoyo de Ted. Y Larry, que al principio cree que su esposa delira, y más tarde que fantasea con el tema del asesinato para justificar una hipotética aventura con Ted, acaba metiéndose en el asunto para no perder a su esposa. Cuando aparece en escena Marcia Fox, una atractiva e inteligente escritora, Carol se siente desplazada al ver que tanto su marido como su pretendiente están encandilados con ella. Mientras, la trama detectivesca va cogiendo forma y, a medida que transcurre el metraje, va quedando más claro que lo que parecía el delirio de una esposa aburrida podría ser un crimen perfecto (idea con la que Allen ya jugó, de forma mucho menos lúdica, en Delitos y faltas).
A Allen parece haberle sentado bien volver a colaborar con Marshall Brickman: hay momentos muy divertidos (la ya comentada escena en las escalinatas del teatro de la ópera, la escenificación del chantaje magnetofónico al señor House) y una trama que avanza de forma coherente en sus dos ramas, la criminal y la sentimental, hasta converger en un clímax que es un puro homenaje a La dama de Shangai, pero también un elogio de las ventajas de la adrenalina frente al tedio. Añádanle a esto unas gotas de gran jazz y la no por habitual menos llamativa declaración de amor a Manhattan y tendrán un Woody Allen puro, fresco y divertido.
Al personaje de Allen le hemos visto muchas veces, aunque aquí tiene momentos muy buenos: el del ascensor y el cadáver, sin ir más lejos. Como no podía ser de otra forma, cuando Larry se mete a detective es mucho más Clouseau que Bogart, pero sus torpezas y ocurrencias nunca dejan de tener gracia. Sin duda, a ello contribuye muchísimo el reencuentro con Diane Keaton, excelente actriz con la que su química es perfecta. A veces, uno cree estar viendo una versión madura de Annie Hall, lo que no es desde luego una mala cosa. Keaton borda su papel, y lo mismo hay que decir de una Anjelica Huston que vivía por entonces una de sus mejores épocas como actriz. Alan Alda y Jerry Adler, las otras dos piezas clave del reparto, están bien, aunque sin llegar a la excelencia de las féminas.
Misterioso asesinato en Manhattan es un inspirado divertimento, lo que la convierte por derecho propio en una de las mejores comedias de Woody Allen. Tiene su sello personal, mucha gracia y su visionado es como una bocanada de aire fresco. Una de las películas imprescindibles de su autor.