JOSÉ ANTONIO MARINA. La inteligencia fracasada. Anagrama. 175 páginas.
En La inteligencia fracasada, José Antonio Marina aborda un tema de amplio espectro, lo que otros llamarían de interés general: la estupidez, esa cualidad que tantas veces nos adorna a los seres pretendidamente inteligentes. El autor distingue entre inteligencia estructural (la que se mide en coeficientes, para entendernos) y el uso que hacemos de ella, es decir, las múltiples maneras que existen de resolver mal nuestros problemas, que pueden resumirse en dos: enfocarlos de forma incorrecta, o conocernos mal a nosotros mismos. En la práctica, ambas cosas suelen ir juntas, y Marina, que en la introducción afirma no resignarse a la idea de que la estupidez acabe ganando la guerra, analiza en este ensayo los distintos fracasos de la inteligencia, o lo que es lo mismo, el cúmulo de circunstancias, propias y ajenas, que enturbian nuestro raciocinio y nos llevan a tomar decisiones equivocadas, y/o a cometer imbecilidades notables sin que seamos capaces siquiera de darnos cuenta. Cada individuo es un mundo, y las maneras de equivocarse, casi infinitas, pero se agradece al autor su afán conceptual y su capacidad de síntesis.
Siendo el error connatural al ser humano, y siendo cierto eso de que rectificar es de sabios, la verdad es que es más sabio no cometerlos. Este libro, más allá del placer que proporciona su lectura, puede contribuir a ello. Entre los fracasos cognitivos, que llevan al de la inteligencia, Marina enumera el prejuicio, la superstición y el dogmatismo, para acabar aludiendo al súmum de todos ellos, que es el fanatismo. La historia de la humanidad es un sangriento relato de los errores de este tipo, que llevan a sociedades enteras al desastre. Los individuos o grupos que padecen estos errores son particularmente impermeables a la evidencia, y esto les convierte en estúpidos pertinaces. El funcionamiento de todas las religiones, e incluso el empeño en mantener políticas equivocadas, son buenas muestras de lo que aquí se trata. Destaco, entre las aportaciones del libro, la alusión a la «tozudez del inversionista» y el rechazo del concepto de inteligencia emocional, cuyo éxito ha provocado, en mi opinión, más problemas de los que ha resuelto. Para Marina, la inteligencia consiste en, primero, escoger unos objetivos posibles de acuerdo a nuestros deseos, pero también a nuestras capacidades, y más tarde en saber distinguir y utilizar los mejores medios para alcanzar dichos objetivos. En los fracasos afectivos, por ejemplo, se cae en la estupidez al errar en la elección del objeto de deseo, pero la equivocación más usual consiste en confundir los propios afectos. Al ilustrar ésta y otras cuestiones, Marina hace gala de erudición pero nunca olvida la vocación didáctica de su libro y consigue que éste siempre sea claro, en la exposición y en el lenguaje utilizado. El autor nos dice, y no se equivoca, que aceptar el fracaso y aprender de él es uno de los más claros signos de la inteligencia, tanto personal como colectiva. Recomiendo especialmente la lectura de las páginas que hablan de la inteligencia social, de las sociedades inteligentes y las estúpidas: lo hago porque vivimos, claramente, en una que es lo segundo, y en el optimismo de Marina respecto al futuro veo más voluntad que hechos. En todo caso, La inteligencia fracasada es un libro del que el lector puede aprender mucho: como mínimo, a analizar mejor el propio uso que uno hace de su inteligencia. Sólo por eso, debería ser una lectura obligatoria.