THE STING. 1973. 129´. Color.
Dirección: George Roy Hill; Guión: David S. Ward; Dirección de fotografía: Robert Surtees; Montaje: William Reynolds; Música: Marvin Hamlisch, adaptando piezas originales de Scott Joplin; Dirección artistica: Henry Bumstead; Decorados: James Payne; Vestuario: Edith Head; Producción: Tony Bill, Michael Phillips y Julia Phillips, para Zanuck/Brown Productions-Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Paul Newman (Henry Gondorff); Robert Redford (Johnny Hooker); Robert Shaw (Doyle Lonnegan); Charles Durning (Teniente Snyder); Ray Walston (J.J. Singleton); Eilleen Brennan (Billie); Harold Gould (Kid Twist); John Heffernan (Eddie Niles); Dana Elcar (Agente del FBI Polk); Jack Kehoe (Erie); Dimitra Arliss (Loretta); Robert Earl Jones (Luther Coleman); James Sloyan (Mottola); Charles Dierkop, Lee Paul, Sally Kirkland, Avon Long, Arch Johnson, Ed Bakey, John Quade, Ta-Tanisha.
Sinopsis: Johnny Hooker es un estafador de poca monta que, en la época de la Gran Depresión, trabaja con su maestro en el oficio, Luther. Un día, estafan a un tipo que llevaba dinero para la Mafia. Por ello, Doyle Lonnegan, un gángster irlandés de Nueva York, ordena que Johnny y Luther sean asesinados. Johnny consigue escapar, pero su maestro no tiene tanta suerte y el muchacho decide vengarse de Lonnegan.
Dentro de la moda retro que invadió a Hollywood durante el tramo final de la década de los 60 y buena parte de la siguiente, El Golpe es, junto a Chinatown, la obra más recordada y emblemática. Lo mismo que Testigo de cargo es la mejor película de Hitchcock que el director inglés nunca hizo, El Golpe es la mejor película que Billy Wilder jamás dirigió. Lo hizo George Roy Hill, que ya había trabajado con Newman y Reford en Dos hombres y un destino, de una forma que, por tono y calidad, recuerda a las obras más destacadas del director de origen austríaco. Esta comedia dramática arrasó en taquilla, triunfó por todo lo alto en la noche de los Oscars y, todavía hoy es considerada por crítica y público como una de las mejores películas del último medio siglo, un auténtico atentado contra quienes piensan que calidad y comercialidad son dos términos intrínsecamente contradictorios.
El Golpe es una de esas obras redondas en las que todo cuadra, en las que nada falla. Su principal virtud es la de poseer un guión perfecto, pero no es la única. En sus primeros planos, la película nos muestra el drama social de la Gran Depresión, pero inmediatamente la cámara se pone a seguir a unos lustrosos zapatos bicolores y, a partir de aquí, la cosa se tiñe de glamour. Casi siempre fingido, como el propio cine. Pero funciona todo: la escena de la estafa que hacen Johnny Hooker y Luther es magistral. En apariencia, otro timo más, sin mayor importancia: el problema es que el primo era un esbirro de la Mafia, y el Sindicato del Crimen no puede permitir que dos tipos ingeniosos se queden con su dinero sin tomar las medidas oportunas. Que consisten, lógicamente, en asesinar a los estafadores. Luther, que ya ha pensado en retirarse del oficio, recomienda a Johnny que vaya a aprender de Henry Gondorff, un as de la estafa buscado por el FBI. Al final, Hooker no tiene más remedio que hacerlo, pues Luther es asesinado y él debe esconderse de los esbirros de la Mafia y de Snyder, un policía corrupto que sigue sus pasos. Hooker desea vengarse, pero sabe que jamás podrá matar a Lonnegan, el capo que ha pedido su cabeza. Así que decide ajustar cuentas del modo que mejor sabe: estafando al gángster, para lo que necesitará la ayuda de Gondorff, un veterano timador que tiene contactos en todo el país.
Lo dicho, todo funciona: la presentación del gángster, el primer encuentro entre Hooker y Gondorff, la persecución de Snyder a Hooker o la partida de póker en el tren (el señuelo para atraer a Lonnegan, un irlandés que no es bebedor ni mujeriego, a la gran estafa), no pueden hacerse mejor. Roy Hill separa los episodios con cortinillas, lo que acentúa el tono retro, explota el carisma de sus estrellas y lleva con mano maestra la acción hasta su muy logrado final sin prisas, dándole el tratamiento idóneo a las subtramas y el justo lustre a un guión tocado por las musas. ¿Qué decir del uso que se hace de los rags de Scott Joplin, que gracias a esta película permanecen en la memoria colectiva, del montaje o del trabajo de Robert Surtees en la fotografía?. Pues que son inmejorables. Añadan el imponente estilo de Edith Head en el diseño del vestuario, y tendrán todo lo que una obra mayor (y ésta lo es, que nadie se confunda a causa de su tono desenfadado) necesita para serlo.
Newman y Redford… el primero es un actor que lo tuvo todo: belleza, talento y una admirable manera de envejecer. Redford posee la primera de estas virtudes, un poco de la segunda y casi nada de la tercera. Nunca me pareció un actor de primera fila, pero si alguna vez esa creencia merece ser puesta en duda, es al verle en El Golpe. Está perfecto, como nunca antes o después. Newman también, como casi siempre. Y el tercer vértice del triángulo, Robert Shaw, compone uno de los villanos más carismáticos del cine. Guionista y director miman a los secundarios, y éstos les corresponden engrandeciendo aún más la película: Charles Durning, Eilleen Brennan, un Ray Walston que lleva más lejos la conexión Wilder o un impagable Harold Gould consiguen que uno tenga la justificada sensación de que El Golpe no sería tan grande sin ellos. Por ejemplo, la escena en la que estos dos intérpretes se hacen pasar por pintores de brocha gorda es para quitarse el sombrero. Prenda que da mucho estilo a quien la lleva y que valdría la pena recuperar, dicho sea de paso.
Obra maestra que sabe reunir lo mejor del cine clásico y el moderno, derrocha carisma y tiene un merecido puesto en los altares. El Golpe es una de esas películas que tiene la virtud de transportar al espectador a mundos mejores y devolverle al real con una sonrisa.