Dicen las encuestas, ésas que nunca hacen a nadie que uno conozca, que cerca del 80% de los españoles se declara feliz en el trabajo. Suponiendo que tu salario te permita llegar sin demasiados apuros a fin de mes, cosa que no ocurre ni de lejos en todos los casos, es evidente que es mejor tener trabajo que no tenerlo. Dicho esto, está claro que un servidor, y gran parte de los dueños de los rostros cansados con los que me cruzo cada mañana camino de la oficina, pertenecemos al 20% restante. Dicen que el autoengaño es una de las razones que explican la supervivencia de nuestra especie, pero tampoco es necesario utilizarlo con tanto entusiasmo. Como Bartleby, prefiero no hacerlo. Según mi experiencia, las únicas personas que son felices en el trabajo son las menos productivas, las que dedican su jornada al parloteo irrelevante, al calentamiento de silla y al excursionismo, casi siempre en dirección a la máquina del café. Trabajar no dignifica a nadie, pero te permite pagar las cosas que sí lo hacen. Lo demás son cuentos chinos, aun en el hipotético, pero improbable, caso de que la mayoría se los crea.