En ocasiones, veo fútbol. Muy pocas veces en el estadio, porque los precios en España me parecen abusivos. No obstante, por aquello de que ayer pasaba por el Miniestadi un equipo de Primera que, por culpa de errores propios y ajenos, está en Segunda, me acerqué hasta allí, y comprobé cómo un campo de aspecto normalmente gélido se convirtió en una lograda réplica del Benito Villamarín gracias a una afición fiel como pocas, que apoya a su equipo en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. El Betis ya había ganado antes de saltar al césped. Ya se encargó luego de complicarse la existencia, como es larga tradición, pero al final pudo brindar a la marea verdiblanca que inundó el campo del filial del Barça una victoria que le acerca un poco más al lugar que le corresponde. En lo estrictamente deportivo, el Barça B volvió a demostrar que un puñado de buenas individualidades (todas a medio hacer, no obstante) pueden formar un mal equipo, y el Betis supo sobreponerse al mazazo del gol en contra a los dos minutos y, de la mano de un chico que va para figura llamado Dani Ceballos, volteó el tanteador y se afianzó en un liderato que, a nueve jornadas del final, costará mantener, porque en Segunda cada partido es agónico, y la próxima jornada, sin ir más lejos, visita el Villamarín otro equipo de Primera, el Zaragoza. Eso sí, ayer el espectáculo estuvo en el graderío. El Manque pierda arrasó en la grada y venció en el campo. Se puede ser grande aun estando en Segunda. Díganselo al Betis.