SILVER LININGS PLAYBOOK. 2012. 116´. Color.
Dirección : David O. Russell; Guión: David O. Russell, basado en la novela de Matthew Quick; Dirección de fotografía: Masanobu Takayanagi; Montaje: Jay Cassidy y Crispin Struthers; Música: Danny Elfman; Diseño de producción: Judy Becker; Dirección artística: Jesse Rosenthal; Producción: Bruce Cohen, Donna Gigliotti y Jonathan Gordon, para The Weinstein Company (EE.UU.)
Intérpretes: Bradley Cooper (Pat); Jennifer Lawrence (Tiffany); Robert De Niro (Pat Senior); Jacki Weaver (Dolores); Chris Tucker (Danny) ; Anupam Kher (Dr. Patel); John Ortiz (Ronnie); Shea Whigham(Jake); Julia Stiles (Veronica); Paul Herman (Randy); Dash Mihok (Policía); Matthew Russell, Cheryl Williams, Patrick McDade, Brea Bree, Regency Boies, Philip Chorba, Ted Barba, Pete Postiglione.
Sinopsis: Después de ocho meses en un psiquiátrico, Pat vuelve a casa dispuesto a recuperar su vida y salvar su matrimonio. Conoce a Tiffany, una joven y problemática viuda con la que conecta de inmediato.
David O. Russell es uno de los directores de moda del actual cine estadounidense. Crecido al amparo de los todopoderosos hermanos Weinstein, y dedicándose a levantar proyectos cada vez de mayor envergadura, Russell cuenta con el beneplácito de buena parte de la crítica. Vista esta película, no con el mío.
El lado bueno de las cosas es una tragicomedia romántica que juega a ser diferente, indie y moderna, pero que acaba por no serlo en absoluto. Si bien al principio consigue por momentos ser original e interesar, paulatinamente aparecen todos los tópicos posibles hasta convertir el film en la típica comedia romántica hollywoodiense edulcorada y carente de verosimilitud. Entre el amor todo lo cura y el más tramposo libro de autoayuda, su mensaje final es de una simpleza desarmante.
El estilo de Russell, en lo visual y lo narrativo, tampoco ayuda. Todo en la película es recargado, y eso es culpa del director. Falta sobriedad, sobran movimientos de cámara que no dicen nada en particular y, desde luego, sobran palabras. El exceso de diálogos, incluso superpuestos, llega a resultar cargante y casa mal con el empeño del director de insuflar ritmo a base de encadenar planos y más planos y de mover la cámara hasta el mareo. Videoclip (otro tópico del cine moderno: el abuso de canciones conocidas para ilustrar el estado de ánimo de los personajes otorga un respìro entre tanto diálogo, pero es síntoma de incapacidad narrativa) y verborrea, a veces ingeniosa, otras prescindible.
Quitado el barniz moderno, nos queda una comedia romántica con un esquema de lo más trillado: chico (guapo y de buen corazón, pero bipolar) conoce a chica (muy guapa también, y con la azotea no mucho mejor amueblada que el protagonista) mientras intenta recuperar a su ex-mujer y siembra el caos en su familia y su pequeña comunidad por sus reticencias a la hora de reconocer que la medicación te la recetan para algo. Hasta aquí, la película funciona relativamente bien, con los encuentros y desencuentros de la (en principio) atípica pareja protagonista, y las reacciones del resto de personajes ante los peculiares comportamientos sociales de ese par de inadaptados. A mitad de la película, aparece la trama Mira quién baila, y a partir de ahí el naufragio es rotundo, entre contoneos interesantes para la vista y una progresiva sobredosis de almíbar que hace que la película sea muy poco recomendable para diabéticos e ingenuos que todavía crean en el amor verdadero estilo Hollywood. Suenan los White Stripes, todo es muy moderno, pero entre El lado bueno de las cosas y el sinfín de bodrios sobre los que Sandra Bullock o Meg Ryan han construido su fama, las diferencias son sólo superficiales.
En lo técnico, y subrayada mi disconformidad con la apuesta estética del director, he de decir que la fotografía y el montaje sí están a la altura que se espera de una película de prestigio. En cambio, la irrelevante banda sonora de Danny Elfman demuestra que la creatividad de este gran compositor ha conocido tiempos mejores.
Respecto al apartado interpretativo, pues hay de todo: Bradley Cooper, actor por el que en general no siento demasiada simpatía, es de lo mejor de la película: si, con el transcurrir de los minutos, a su personaje no hay quien se lo crea, la culpa es de cómo está construido, no del meritorio trabajo del intérprete. Con Jennifer Lawrence me pasa lo contrario: me parece una actriz con mucho talento (y mucha belleza), pero aquí la encuentro sobreactuada, y sólo me convence a ratos. Robert De Niro consigue tomarse un descanso en la ardua tarea de destrozar su prestigio, en la que lleva más de una década, y por momentos hasta parece De Niro, uno de los mejores actores del último medio siglo. Los secundarios, en general, cumplen bien, aunque Chris Tucker está tan insoportable como siempre.
Lo dicho, una comedia romántica más, y no de las mejores. Como tantas cosas en la vida, empieza bien y acaba de la peor manera posible. Recomendable para adictos a los dulces. El resto del mundo puede pasar sin verla.