El Fútbol Club Barcelona puso el sábado la guinda a una magnífica temporada venciendo a la Juventus en la final de la Liga de Campeones, título que, unido a los ya conseguidos en la Liga y la Copa del Rey, lleva al club a repetir el triplete logrado hace cuatro temporadas. Dando por sentado que a la Juventus se le ganó porque los sudamericanos del Barça son manifiestamente mejores que los de la escuadra turinesa, hay que decir también que este éxito es un gran triunfo de Luis Enrique Martínez, un entrenador cuestionado en su momento, que ha sabido hacer que sus jugadores llegaran al momento cumbre de la temporada en plenitud mental y física, mantener la esencia Cruyff (o sea, Ajax) en el estilo, y al mismo tiempo dotar al equipo de cualidades de las que carecía (mucho mejor ataque y defensa a balón parado, juego de contragolpe, mayor verticalidad). Los talibanes del estilo (o sea, el coro de estómagos agradecidos que nunca supo hacer otra cosa que loar a Guardiola) han podido comprobar que existe mundo más allá de su particular mitología, y una vez más la evolución de las especies se ha revelado necesaria. Un apunte final: los festejos y rúas que se organizan para celebrar las victoria futbolísticas producen vergüenza ajena.
No quiero finalizar este apunte deportivo sin felicitar al Real Sporting de Gijón por su merecido ascenso a Primera, ni a Stan Wawrinka por bordar el tenis en París e imponerse en la final de Roland Garros al gran favorito y número 1 del mundo, Novak Djokovic. Los asturianos, como el Betis, vuelven al lugar que les corresponde, y el suizo fue recompensado por su valentía y buen juego. Pues eso, que los vencedores disfruten de su gloria y los demás, a mejorar.