CIUTAT MORTA. 2014. 120´. Color.
Dirección: Xavier Artigas y Xapo Ortega; Guión: Mariana Huidobro y Jesús Rodríguez; Dirección de fotografía: Marielle Paon, Xavier Artigas y Xapo Ortega; Montaje: Xavier Artigas y Núria Campabadal; Música: Rui Aires; Producción: Metromuster (España).
Intérpretes: Rodrigo Lanza, Mariana Huidobro, Silvia Villullas, Virginia Álvarez, Juan Pintos, Diana Junyent, Jesús Rodríguez, Francesc Co, Gonzalo Boyé, Metello Alonge, Gregorio Morán, Manuel Delgado, Jaume Asens, David Fernàndez, Raffaello Manacorda, Elvira Prado (Voz de Patricia Heras).
Sinopsis: Documental de investigación sobre los hechos ocurridos en el centro de Barcelona el 4 de febrero de 2006.
Resulta imposible hacer una reseña meramente cinematográfica de Ciutat morta, en especial si uno es barcelonés y conoce, aunque sea un poco, lo que esconden las calles y los despachos de esta ciudad. Empecemos, pues, por los hechos: la madrugada del 4 de febrero de 2006, la Guardia Urbana acude a un inmueble (de titularidad municipal) okupado para poner fin a una multitudinaria fiesta que se celebraba en la azotea. Se producen graves incidentes que concluyen con la detención de nueve personas (algunas de ellas en la calle de Sant Pere més Baix, donde ocurrieron los hechos; otras, en el Hospital del Mar) y el coma irreversible de un agente de la Guardia Urbana, alcanzado en la cabeza por un objeto contundente. Hasta aquí, lo indiscutible.
A lo largo de sus dos horas de metraje, Ciutat morta busca impactar al espectador. Es evidente que lo consigue. A veces, las menos, con sutileza: casi siempre, sin disimulos. Se trata de una obra realizada para reivindicar a los detenidos, en especial a Patricia Heras, joven que, tras ser detenida por los hechos relatados, fue condenada a prisión y se suicidó en 2010, durante un permiso penitenciario. En este sentido, esta obra de no-ficción tiene varios puntos en común con En el nombre del padre, la excelente película de Jim Sheridan que habla del proceso a los 4 de Guilford desde la óptica de uno de ellos, Gerry Conlon. En lo artístico, entre una y otra obra no hay punto de comparación; en lo puramente documental, hay una pasión parecida. Ciutat morta se agarra con fuerza a una teoría que, a quienes sabemos en qué ciudad y en qué país vivimos, nos resulta harto plausible: que al Ayuntamiento de la ciudad se le fue de las manos una de sus habituales operaciones de gentrificación en Ciutat Vella, que a consecuencia de ello un agente de la Policía Municipal sufrió gravísimas heridas y que, visto el curso de los acontecimientos, se detuvo a las primeras personas con look alternativo que se encontraron en la zona para hacerles cargar con la culpa. La primera versión oficial, ofrecida a los medios por el entonces alcalde, Joan Clos y que coincide con la de los detenidos, decía que el agente municipal había sido alcanzado por una maceta lanzada desde la azotea donde se celebraba la fiesta no autorizada. Poco después, esa versión se cambió por otra: que el herido fue abatido por una pìedra lanzada desde la calle, lugar donde se produjeron casi todas las detenciones practicadas. ¿Por qué se produjo este cambio? He aquí la primera de las grandes incógnitas. Vayamos a lo grueso: durante décadas, el centro de Barcelona ha sido objeto de brutales operaciones urbanísticas especulativas, en las que la intención de que los normalmente pobres vecinos de la zona la abandonaran para dar paso a hoteles o viviendas de lujo que albergaran a extranjeros (prioritariamente, aunque también lugareños) de alto poder adquisitivo se disimulaba poco y mal. El testimonio de los dos jóvenes italianos de la zona, y el (bien explicado) episodio del Forat de la Vergonya dejan claro de qué va el tema. Quien quiera saber más, tiene en el caso Palau de la Música una gran fuente de conocimiento. La cuestión es que el lugar de los hechos era de titularidad municipal, y que en él se celebraron, durante años y ante la pasividad de las autoridades, numerosas fiestas y actividades molestas para los vecinos. Hasta que llegó el 4-F, y sucedieron los hechos ya descritos. De los que, por cierto, el Ayuntamiento podría ser considerado responsable si no se encontraban culpables. Y se encontraron. Una sola persona causó las lesiones que sufrió el policía municipal agredido. Se detuvo a nueve. De ellas, cuatro fueron exoneradas de cargos, o condenadas a penas que no acarrearon el ingreso en prisión (punto oscuro del documental: ninguna de ellas aparece en él, aunque su testimonio podría haber aportado luz sobre lo ocurrido la noche de autos) y cinco, todas ellas vinculadas, en mayor o menor grado, a los denominados movimientos sociales alternativos, procesadas por la comisión de delitos de mayor gravedad. Estas cinco personas (tres de ellas de origen sudamericano) fueron brutalmente torturadas, primero por agentes de la propia Guardia Urbana, y más tarde en la tristemente célebre comisaría de los Mossos d´Esquadra en Les Corts. Ambos cuerpos policiales, como todos los que operan en este país, acumulan un largo historial de torturas a detenidos, sin que las autoridades, salvo contadísimas excepciones, hayan sancionado o apartado del servicio a los agentes sospechosos de cometerlas. No obstante, veo otro punto oscuro: la versión que dan las ex-parejas y amigos de Patricia Heras sobre su detención (que no estuvo en el lugar de los hechos, que junto a su amigo Alfredo sufrió heridas por un accidente de bicicleta, que fueron al Hospital del Mar a ser atendidos, y que allí los agentes reconocieron a Patricia por su corte de pelo, y detuvieron a ambos jóvenes por los mensajes que guardaban en el móvil) es muy endeble. Ni aparecen en la película esos mensajes, ni se da lectura o se muestra copia de la orden de detención, ni se contrarrestan de forma creíble algunos hechos considerados probados en vía judicial. Sí se dice, y éste es un hecho incontrovertible, que los agentes que hicieron las actuaciones e informes en los que se basó el procesamiento, y las posteriores condenas, de los detenidos, fueron a su vez condenados años más tarde por torturar a un detenido e imputarle falsos delitos. Hay que creer mucho en las casualidades para no pensar que los detenidos por el 4-F pudieran haber sido víctimas del mismo cóctel de torturas y acusaciones falsas, pero una cosa no quita la otra. En todo caso, hubo una instrucción basada en exclusiva en el testimonio de los agentes denunciantes, una condena en firme, y un recurso ante el Supremo que acabó en el agravamiento de las condenas. El funcionamiento del aparato judicial en España es de sobras conocido. Casi cinco años después de los hechos por los que fue condenada, y durante un permiso penitenciario, Patricia Heras se quitó la vida. Al parecer, una persona afirma conocer a quien causó las lesiones al agente de la Guardia Urbana herido, pero por el momento se niega a declarar. Tampoco la Fiscalía, tan diligente para investigar los chistes malos de los rojos en Twitter, ha reabierto el caso. Y ahora, hablemos un poco de cine.
Ciutat morta, en lo técnico, no pasa de aseada. Impacta por lo que cuenta, pero cuando intenta hacerlo por el cómo (las recurrentes lecturas del diario o las poesías de Patricia Heras, alguna performance de teatro alternativo metida con calzador) chirría. Se agradecen los testimonios de intelectuales de peso como Gregorio Morán o Manuel Delgado, así como los de personas como David Fernàndez o Jaume Asens, que con el tiempo han pasado (con muy discutible fortuna en el primer caso -ay, esa manía suya de abrazarse al mal-, e incógnita respecto al segundo) del activismo a la política activa, el lugar desde donde puede cambiarse todo lo que estremece al espectador de Ciutat morta. El gran acierto puramente cinematográfico del film es, en mi opinión, mostrarle al público lo lento que pasa un minuto cuando varios tipos hercúleos lo utilizan para inflarte a hostias. Ahí veo dominio del medio. Más allá, un ejemplo de lo débiles que son las libertades en este país presuntamente democrático. Eso sí, gracias a la gente que cuelga vídeos en internet, todos hemos podido ver el fragmento que se prohibió emitir en televisión. Si no fuera por lo bien que siguen viviendo los malos de esta historia (cargos muy bien remunerados, poder del de verdad, pensiones vitalicias) uno podría pensar que no todo está perdido.
Servidor, desde luego, es consciente de lo parcial que es el punto de vista que ofrece Ciutat morta, y quisiera haber escuchado el testimonio de la familia del policía herido, de sus compañeros, en especial de los que formaron parte del dispositivo policial del 4-F, de sus representantes legales, de las autoridades municipales de la época o de los detenidos que, por motivos muy comprensibles, no han querido aparecer. Por ello, muchos interrogantes continúan sin ser resueltos; aún así, hacía años que en este país no se hacía una película tan necesaria como Ciutat morta.
Molt bona crítica. Moltes gràcies don Alfredo.
De res, per això estem. Prefereixo parlar estrictament de cinema quan es tracta de comentar pel·lícules, però en aquest cas era impossible.