DIAL M FOR MURDER. 1954. 104´. Color.
Dirección: Alfred Hitchcock; Guión: Frederick Knott, basado en su propia obra de teatro; Dirección de fotografía: Robert Burks; Montaje: Rudy Fehr; Música: Dimitri Tiomkin; Dirección artística: Edward Carrere; Producción: Alfred Hitchock, para Warner Bros. (EE.UU.)
Intérpretes: Ray Milland (Tony Wendice); Grace Kelly (Margot Wendice); Robert Cummings (Mark Halliday); John Williams (Inspector Hubbard); Anthony Dawson (Swann); Leo Britt, Patrick Allen, George Leigh, George Alderson, Robin Hughes.
Sinopsis: Tony, un ex-tenista, planea el asesinato de su esposa, Margot, que le es infiel y además posee un gran patrimonio. Para ello, diseña un meticuloso plan.
En los años 50, Alfred Hitchcock pasó por una de sus etapas más inspiradas como cineasta. Buena prueba de ello es Crimen perfecto, ejercicio de estilo de origen teatral que el director londinense aprovechó para explotar una de sus mejores cualidades: la capacidad de crear tensión y tejer una historia hipnótica en un solo espacio físico. Hitchcock, siempre atento a los avances técnicos, rodó la película en 3-D, aunque no llegó a estrenarse en ese formato, que sin duda condicionó la puesta en escena, tal como puede verse en algunos planos cenitales y, sobre todo, en la parte del juicio en off con el rostro de Grace Kelly en primer plano.
Si a Hitchcock se le conoce como el maestro del suspense, es por obras como Crimen perfecto, película que puede verse como la quintaesencia de sus virtudes como director. Lo que en manos menos hábiles podría haberse convertido en una rutinaria intriga detectivesca de pequeño formato se transforma aquí en un preciso mecanismo de relojería que atrapa al espectador por la trama criminal, de acuerdo, pero también por la capacidad del director para jugar con los tiempos narrativos (ya sabemos dónde aprendió Leone a dilatar la acción dramática), para explotar el lado voyeur de todo espectador de cine y, en especial, por el obsesivo detallismo del director y su habilidad para obtener el máximo resultado con los mínimos recursos. En pocas películas los objetos (llaves, cortinas, tijeras, bolsos, maletas) adquieren tanta importancia, tanto en el aspecto visual como en su protagonismo en la resolución del entramado detectivesco. En un entorno eminentemente teatral, Hitchcock sabe hacer buen cine. El guión es muy bueno, lo cual ayuda, pero el director sabe explotar sus puntos fuertes (basta ver la antológica escena en la que Tony convence a Swann para que sea el brazo ejecutor de su plan), y hacer que sus inverosimilitudes pasen desapercibidas (faceta ésta en la que Hitchcock era un verdadero mago). Es cierto que el clímax, en el que el flemático inspector Hubbard explica el curso de sus pesquisas, es discursivo hasta rozar lo farragoso, pero el fantástico epílogo deja un gran sabor de boca.
Aunque rodada en los Estados Unidos, Crimen perfecto es una película británica hasta la médula, no sólo porque la acción se desarrolle en Londres, sino por el comportamiento típicamente inglés de sus personajes (de los protagonistas, el escritor norteamericano es sin duda el que presenta un retrato menos favorecedor). Todo tiene un aire de distinción muy british. La puesta en escena es brillante, sin llegar al virtuosismo de La soga, obra con la que Crimen perfecto guarda notables parecidos. Siendo ésta la tercera película que filmaba en color, y la primera en la que este aspecto adquiere verdadera relevancia, Hitchcock se apoyó en su cameraman predilecto, Robert Burks, quedando tan satisfecho con el resultado que la colaboración se repitió en las siete películas siguientes del director. La música, de Dimitri Tiomkin, siendo de buena factura, no hace olvidar las partituras del compositor de referencia de Hitchcock, Bernard Herrmann.
Otro de los puntos fuertes de sir Alfred como cineasta es su capacidad para llevar a su terreno guiones escritos por otros. Sus films son siempre reconocibles, y Crimen perfecto no es ninguna excepción. En la ya comentada escena en la que el protagonista masculino consigue que Swann acepte asesinar a Margot, Hitchcock se recrea ilustrando una gran verdad: que a los Tony Wendice de este mundo, a los seres dotados de un don especial para la perversidad (la frialdad e inteligencia con las que este personaje reacciona a los diversos contratiempos que sufre su plan no deja de ser encomiable, en especial cuando uno de esos fallos supone que quien muere no sea la víctima escogida, sino el hombre que debía ejecutarla) nunca les falta gente que, por dinero y falta de escrúpulos morales, les haga el trabajo sucio. Con esta película, Hitchcock parece decirnos que los seres humanos, como criaturas imperfectas que son, no están capacitados para crear nada perfecto, ni tan siquiera un crimen. Conociendo el gusto del director por el humor negro, tampoco resulta extraño que, con esta película, lo que quisiera decirnos es: si quieres que tus planes salgan a la perfección, ejecútalos tú mismo.
El tema del falso culpable es recurrente en la filmografía hitchcockiana. El punto diferencial de Crimen perfecto respecto a otras obras suyas sobre el tema consiste en que aquí es la policía, personificada en un inspector que se nos revela como un verdadero Sherlock Holmes, quien resuelve el crimen, cuando lo habitual en los films de Hitchcock es que los señores de uniforme actúen tarde, mal, o ambas cosas.
De entre las frases más conocidas de Hitchcock, es preciso aludir a aquella que dice que cuanto mejor es el malo, mejor es la película. En ese caso, Crimen perfecto es buenísima, porque Ray Milland lo borda. Más allá de lo bien definido que está su personaje, su aspecto impecable, sus miradas, su dicción perfecta y la naturalidad teñida de clase de sus reacciones permiten decir que el actor galés nunca estuvo mejor en toda su carrera. En esta película, además, Hitchcock encontró a la mujer que encarnó a su ideal de belleza femenina, Grace Kelly. La que luego fue princesa de Mónaco nunca fue una gran actriz, pero aquí es filmada como la diosa que era para el director, perdidamente enamorado de ella. Pocas veces en la historia del cine se ha retratado a una actriz con tanto amor como el que el mejor cineasta británico de todos los tiempos, con permiso de David Lean, empleó en filmar a Grace Kelly. Robert Cummings es, de lejos, lo menos destacable del reparto, y su interpretación es floja, al contrario que las de John Williams (ese plano final atusándose el bigote es digno de aplauso) y Anthony Dawson, que están excelentes.
Alfred Hitchcock es un director cuyo catálogo de películas imprescindibles supera con creces la decena. Sin duda, Crimen perfecto es una de ellas, pues constituye un enorme ejercicio de maestría al servicio de una historia que engancha.