CAPE FEAR. 1962. 100´. B/N.
Dirección: J. Lee Thompson; Guión: James R. Webb, basado en la novela de John D. MacDonald The executioners; Dirección de fotografía: Sam Leavitt; Montaje: George Tomasini; Música: Bernard Herrmann; Dirección artística: Robert Boyle y Alexander Golitzen; Producción: Syd Bartlett, para Melville-Talbot Productions/Universal Pictures (EE.UU.)
Intérpretes: Gregory Peck (Sam Bowden); Robert Mitchum (Max Cady); Polly Bergen (Peggy Bowden); Lori Taylor (Nancy Bowden); Martin Balsam (Dutton); Jack Kruschen (Grafton); Telly Savalas (Detective Sievers); Barrie Chase (Dianne Taylor) Edward Platt, Paul Comi, John McKee, Page Slattery.
Sinopsis: Sam Bowden, un conocido abogado, empieza a sufrir el acoso de Max Cady, un ex-presidiario que le considera culpable de los años que pasó en la cárcel.
El cabo del terror es, casi con toda seguridad, la mejor película de J. Lee Thompson, cineasta cuya carrera fue decayendo después de unos inicios muy interesantes. Thompson puso su saber hacer al servicio de dos de las mayores estrellas del momento, Gregory Peck y Robert Mitchum, y filmó con eficacia una historia arriesgada y llena de reminiscencias hitchcockianas.
Puede ocurrir que un psicópata de libro, con inclinaciones pederastas, logre pasar desapercibido durante mucho tiempo. Tampoco es infrecuente que esos hombres tengan esposa e hijos, ni que cuando manifiestan sus instintos acaben en la cárcel. Max Cady es uno de esos individuos, y ha dedicado sus ocho años en prisión a tramar su venganza contra el abogado Sam Bowden, cuyo testimonio fue decisivo para condenarle. Cady no tarda en iniciar su acoso a Bowden y su familia, pero ocho años estudiando leyes dan para mucho, y el ex-convicto tiene buen cuidado en aterrorizar a sus víctimas sin traspasar las fronteras de la legalidad. No es que Thompson sea un modelo de cineasta personal, pero en El cabo del terror aparecen ciertos elementos que reaparecerían varias veces en su filmografía, sobre todo en sus últimas películas (elementos que Sam Peckinpah abordó con maestría, y más manga ancha por parte de la censura que la que tuvo Thompson en 1962, en Perros de paja): los agresores sexuales y la indefensión del ciudadano cumplidor de la ley por culpa de las garantías que las legislaciones democráticas brindan a los criminales, quienes sólo pueden ser combatidos con eficacia descendiendo a su terreno.
Como ya he mencionado, El cabo del terror alberga no pocas similitudes con el cine de Hitchcock, empezando por la participación de colaboradores habituales del londinense como Bernard Herrmann (impresionante banda sonora la suya) o George Tomasini. La presencia de un psicópata que puede ser un tipo encantador, o el desamparo del individuo frente a una maquinaria social que parece diseñada en su perjuicio son otros aspectos hitchcockianos del film, por no hablar del tono de thriller terrorífico predominante. Destacar el brillante trabajo de Sam Leavitt, cuyo uso del blanco y negro, en especial en exteriores, es uno de los aspectos más sobresalientes de la película.
El guión de James R. Webb funciona muy bien, tanto en el desarrollo narrativo como en los diálogos, hasta lo que debía ser el clímax de la película. Sin duda, el aspecto más criticable de El cabo del terror, obra que hasta su último cuarto de hora es magnífica, es que decae justo en su punto culminante, en las escenas que tienen lugar en los parajes que dan título a la película. Lo que hasta entonces había sido elegante se vuelve precipitado, el enfrentamiento final entre Cady y la familia Bowden resulta un punto artificioso, y no me convence el giro que lleva al antagonista a caer en la (a mi entender demasiado obvia) trampa que Bowden le pone.
En el apartado interpretativo, todos los elogios son pocos para un Robert Mitchum que tenía muchas de esas virtudes que hacen grande a un actor y no se compran en el supermercado. Su carisma, sus miradas, sus aires de caradura indolente que apenas enmascaran un gran talento para la crueldad (al verle, uno se cree del todo el efecto que Cady causa en los demás) le convierten en baza fundamental para el éxito de un film que sin él sería peor. El papel de Mitchum tiene mucho que ver con el que bordó en La noche del cazador, lo que significa que aquello no fue casualidad. A su lado, un Gregory Peck al que no puede negársele su empeño palidece, y no me acabo de creer la metamorfosis ideológica de su personaje. Polly Bergen y la joven Lori Taylor cumplen en su papel de féminas aterrorizadas, Telly Savalas está muy acertado en un papel que le va como anillo al dedo, y a Martin Balsam, que brilla en sus escenas, lo echo de menos en la parte final.
Muy buen thriller, con un malvado espléndido y una atmósfera muy lograda, que pierde la excelencia en su conclusión.