A LATE QUARTET. 2012. 105´. Color.
Dirección: Yaron Zilberman; Guión: Seth Grossman y Yaron Zilberman, basado en el argumento de Yaron Zilberman; Dirección de fotografía: Frederick Elmes; Montaje: Yuval Shar; Música: Angelo Badalamenti; Diseño de producción: John Kasarda; Dirección artística: Rumiko Ishii; Producción: Tamar Sela, Vanessa Coifman, Emanuel Michael, David Faigenblum, Mandy Tagger y Yaron Zilberman, para Opening Night Productions-RKO Pictures (EE.UU.)
Intérpretes: Philip Seymour Hoffman (Robert Gelbart); Catherine Keener (Juliette Gelbart); Mark Ivanir (Daniel Lerner); Christopher Walken (Peter Mitchell); Imogen Poots (Alexandra Gelbart); Madhur Jaffrey (Dra. Nadir); Liraz Charhi (Pilar); Wallace Shawn (Gideon Rosen); Pamela Quinn, Anne Sofie Von Otter, Nina Lee.
Sinopsis: Justo cuando el prestigioso Fugue Quartet cumple un cuarto de siglo sobre los escenarios, a Peter, su violoncelista, se le diagnostica la enfermedad de Parkinson.
El primer, y hasta ahora único, largometraje de ficción de Yaron Zilberman fue este melodrama sobre la música y la pérdida que fue muy bien recibido por la crítica y obtuvo una buena respuesta del público. La mezcla de sentimientos y música clásica no está concebida para reventar taquillas, pero Zilberman jugó muy bien sus cartas y consiguió una buena mezcla entre lo artístico y lo comercial.
De todos es sabido que los músicos constituyen un universo muy particular. De ahí que las películas que hablan sobre ellos acostumbren a ser interesantes. El último concierto se centra en el que quizá sea el universo musical más exigente de todos, el de un longevo y prestigioso cuarteto de cuerda al que una trágica noticia sitúa en una encrucijada de decisivas consecuencias. Para complicarlo todo un poco más, dos de los miembros del cuarteto son matrimonio en la vida real, y tienen una hija adolescente que es también una talentosa violinista. Cuando a Peter, el músico más veterano del grupo, le diagnostican la enfermedad de Parkinson, que para un músico es lo más parecido a la muerte en vida, emergen todas las tensiones que permanecían soterradas. Peter asume el golpe con la lógica desazón, pues recientemente perdió a su esposa y la música es su vida. Sus compañeros viven la pérdida del elemento cohesionador del cuarteto con la tensión de quien sabe que nada volverá a ser como antes. Robert, el segundo violín, se siente relegado en el grupo y rechazado por Juliette, su esposa. Daniel, el primer violín, ve cuestionado su liderazgo al tiempo que siente atracción por Alexandra, la hija de Robert y Juliette.
El último concierto es un film muy bien construido que habla de cosas muy serias, quizá en un tono a su vez demasiado serio. Son muchos sus aciertos, pero en la parte final el conjunto tiende a lo lacrimógeno, lo cual se me antoja un recurso fácil de cara a conseguir un público mayoritario. No obstante, es tal la calidad de la puesta en escena, el acierto en el desarrollo dramático del guión y el conocimiento y amor por la música que desprende el film, que hasta pueden perdonársele algunos tics sensibleros, casi todos relacionados con el personaje de Alexandra. A Zilberman se le nota el esfuerzo por ofrecer un producto de calidad, una verdadera película de cámara capaz de satisfacer las expectativas de los espectadores más exigentes. Ese esfuerzo no es baldío: formalmente, la película es intachable. Quizá con esa frialdad que da la perfección, pero intachable. Ese cuidado se extiende, como no podía ser de otra manera, al apartado musical del film, sin duda una de sus piedras angulares. El Cuarteto de cuerdas número 14, Opus 131, de Beethoven, es uno de los personajes importantes de la película, y a través de él se desgranan los sentimientos de los personajes: la insatisfacción de Robert, la obsesiva meticulosidad de Daniel, la lucha de Peter contra los primeros síntomas de su enfermedad y la de Juliette y del mismo Peter contra la desintegración del grupo. El último concierto sabe mostrar las complicaciones de una larga convivencia, ya sea personal o musical: la pérdida de la pasión, las luchas de ego, la disyuntiva entre hacer cambios o mantenerse en lo que funciona…
El último concierto se beneficia de las cualidades de su magnífico plantel de actores, encabezado por dos monstruos como el tristemente fallecido Philip Seymour Hoffman y Christopher Walken. Hoffman era único a la hora de interpretar a personajes atormentados y de múltiples aristas, y Walken es de esos actores capaces de estar bien cuando la película es un bodrio, y fantástico si es buena. Catherine Keener, que ya había brillado junto a Hoffman en Truman Capote, y Mark Ivanir, actor que ha desarrollado su trabajo fundamentalmente en la televisión, están también espléndidos. Imogen Poots es una actriz muy prometedora, y siempre es grata la presencia del gran Wallace Shawn. Con todo, si alguien quiere comprobar el verdadero poder de la música, tiene que ver la escena en la que interviene Anne Sofie Von Otter.
Película pequeña sólo en apariencia, El último concierto posee innumerables virtudes que hacen que su visionado sea una poderosa experiencia, incluso si su temática despierta reparos en el hipotético espectador.