SEX, DRUGS, ROCK & ROLL. 1991. 95´. Color.
Dirección: John McNaughton; Guión: Eric Bogosian; Dirección de fotografía: Ernest Dickerson; Montaje: Elena Maganini; Música: Miscelánea. Temas de Dokken, Jane´s Addiction, etc.; Diseño de producción: John Arnone; Producción: Frederick Zollo, para Avenue Pictures Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Eric Bogosian (Todos los personajes).
Sinopsis: Espectáculo teatral en el que Eric Bogosian interpreta a diez personajes.
El polifacético Eric Bogosian se dio a conocer en el mundo del teatro, aunque es en el cine donde ha obtenido más celebridad, principalmente a partir de su protagonismo en Hablando con la muerte, película en la que adaptaba a la gran pantalla una de sus más populares obras teatrales y que dirigió Oliver Stone. Sexo, drogas y rock & roll es un compendio de los monólogos del actor de origen armenio.
Contando con la dirección de un John McNaughton que había saltado a la fama con Henry: Retrato de un asesino, Bogosian nos ofrece una de sus más logradas performances sobre las tablas, interpretando a diez variopintos personajes. Siguiendo la estela de Lenny Bruce, cómico irreverente y genial que marcó un estilo cuyo más destacado seguidor por estos lares fue Pepe Rubianes, Bogosian se nos presenta en estado puro: torrencial, excesivo, incorrecto. El rasgo que comparten los diez personajes del espectáculo es el situarse a medio camino entre lo divertido y lo patético: yuppies estresados, personas sin techo, estrellas del rock y fiesteros descerebrados pasan delante del espectador con una comicidad que es de todo menos inocente. En ocasiones, no es tanto la incontinente verborrea de los personajes lo que mejor los define, sino más bien lo que sus obsesiones representan como claves para desenmascarar a una sociedad enferma. Los personajes pueden provocar la risa, la piedad o la antipatía del público, exactamente lo mismo que le sucede a cualquier observador agudo cuando recorre las calles de una ciudad cualquiera. Porque el mundo de Bogosian es eminentemente neoyorquino, pero sus claves son fácilmente asimilables en cualquier rincón del mundo occidental. Lo que nos cuenta está en las canciones de Lou Reed, pero la actitud de Bogosian es más heavy metal, y no sólo por la música que le acompaña. De hecho, el segundo sketch, que recrea una entrevista televisiva a una estrella del rock, es puro Spinal Tap, una carcajada continua. Sin duda, es mi parte favorita, junto al retrato del yuppie que, encerrado en su despacho, habla con su secretaria, su esposa, sus empleados y su amante por un teléfono que es correa de transmisión de las miserias del personaje.
La grandeza y la miseria del espectáculo reside en su extrema austeridad: un escenario de lo más minimalista, un solo actor. McNaughton, eso sí, no se conforma con ejercer de director invisible y trata, con suerte desigual (mayor en los últimos sketches), de insuflar empuje cinematográfico a lo que sucede en escena, de aportar con sus encuadres elementos que complementen las palabras del actor. La iluminación, de Ernest Dickerson, habitual colaborador de Spike Lee y, en los últimos años, director en algunas de las series televisivas más destacadas, es muy lograda, y ayuda a aumentar la calidad del producto.
Bogosian. Palabras que suenan como ráfagas de ametralladora, que a veces provocan la carcajada, otras la perplejidad, y que casi siempre rezumen bilis. Lo tomas o lo dejas, lo amas o lo odias. Aunque algunos de los sketches me parecen flojos, la calidad de la mayoría, y de dos de ellos en especial, me arrastran al grupo de los partidarios.