El segundo episodio de mi completísima semana musical me llevó anoche hasta el Harlem, escenario de una serie de conciertos off-jazz que forman parte de la programación paralela del Festival de Barcelona. Quienes demuestran su notable buen gusto leyendo este blog quizá recuerden que, al final de la reseña que hice de la actuación de Tori Sparks como telonera de Joe Satriani, comenté que no sería aquella la última vez que veía en directo a la cantante norteamericana. Como intento ser hombre de palabra, cumplí a la primera oportunidad que tuve.
Sparks se presentaba junto a Calamento, un grupo de flamenco-fusión muy conocido en la ciudad y que tiene en el Harlem su segunda casa. Juntos grabaron el año pasado un notable álbum titulado El mar, y juntos lo presentaron anoche en la sala de la calle Comtessa de Sobradiel.
Hay muchas formas de empezar un concierto, pero pocas tan acertadas como hacerlo con Everybody knows, de Leonard Cohen, en mi opinión una verdadera joya musical por su verdad, su poética y su sarcasmo. Sparks, cantante comunicativa y extrovertida, no tardó en avisar de que un problema de salud había dejado sus cuerdas vocales algo maltrechas: «Hoy voy a cantar con voz de Johnny Cash», anunció. Ciertamente, su voz no sonó tan poderosa como hace unas semanas en el Barts, pero saber cantar no es sólo poderío vocal. Tori Sparks lo tiene, pero también posee sentimiento, tiene presencia y sabe dominar el escenario, virtudes que no es frecuente ver juntas en una sola persona. La unión con Calamento la ha llevado a abordar un repertorio basado en el flamenco, territorio resbaladizo para alguien que ha crecido con el country, el rock y el blues. En las bulerías y en la farruca la noté dubitativa, lo cual es comprensible porque el flamenco es algo que sólo suena natural cuando se ha mamado desde chico. Pero creo que esta vocalista todoterreno ha captado mucho mejor la pasión de la música gitanoandaluza que más de cuatro indocumentados de por aquí. La virtuosa guitarra de Pepe Camacho, el cajón de Javi García y el bajo de Ramón Vague le dieron el poso flamenco que las canciones de este estilo necesitaban. Me gustó mucho la versión que llevó Verde, que te quiero verde al terreno del country. «Otro día cogeremos alguna canción catalana y la destrozaremos igual», dijo Sparks. Si eligen una de Lluís Llach, nunca podrán destrozarla más que su propio autor.
No sólo de flamenco viven Sparks y Calamento. Hubo (ya se ha dicho), country, hubo blues, hubo apuntes rockeros, en los que lució la guitarra eléctrica de El Rubio, sonó otra vez La llorona, sonó Quizás quizás quizás, sonó una excelente versión en castellano del Crying, de Roy Orbison… ah, y El mar, la canción que da título al álbum conjunto, es muy buena. También hubo espacio para dos números instrumentales, faceta en la que Calamento ha conseguido su fama en la esena barcelonesa: el segundo de ellos, en el que recrearon el Miserlou, de Dick Dale, que redescubrió Quentin Tarantino, fue ovacionado como merecía. Hubo altibajos, pero disfruté la hora y media que duró el concierto. Tori Sparks puede incluirme en su lista de admiradores.
Que todo el mundo lo sepa:
En Nashville: