THE WICKER MAN. 1973. 84´. Color.
Dirección: Robin Hardy; Guión: Anthony Shaffer; Dirección de fotografía: Harry Waxman; Montaje: Eric Boyd-Perkins; Música: Paul Giovanni; Dirección artística: Seamus Flannery; Producción: Peter Snell, para British Lion (Reino Unido)
Intérpretes: Edward Woodward (Sargento Howie); Christopher Lee (Lord Summerisle); Britt Ekland (Willow); Dianne Cilento (Miss Rose); Ingrid Pitt (Bibliotecaria); Lindsay Kemp (MacGregor); Russell Waters, Aubrey Morris, Irene Sunters, Walter Carr, Ian Campbell, Leslie Blackater, Roy Boyd, Geraldine Cowper.
Sinopsis: El sargento Howie, policía y cristiano devoto, llega a una remota isla escocesa para investigar la desaparición de una niña. Pronto descubre que en el lugar se practican ritos paganos.
El hombre de mimbre es una de las cult-movies por excelencia del terror británico: ignorada en su tiempo, el paso de los años la ha revalorizado hasta convertirla en un clásico, si bien eso no fue de mucha ayuda para la carrera de su director, Robin Hardy, que apenas ha dado más de sí desde esta singular ópera prima.
El mérito de El hombre de mimbre tienen mucho que ver con la pluma de Anthony Shaffer, por entonces en su época de mayor altura creativa. Shaffer se inspiró en la novela Ritual, de David Pinner, y creó una obra de estructura en apariencia simple, atmósfera malsana y tensión creciente, en la que el tema de fondo es el enfrentamiento entre dos fanatismos de muy distinta índole. Howie es un defensor de la ley y el orden cuya fe cristiana es inquebrantable. Una nota anónima le solicita que acuda a una lejana isla escocesa para esclarecer la desaparición de una niña, Rowan Morrison, a la que nadie en el lugar parece conocer. Howie pasa de la intriga al escándalo cuando descubre que en la isla impera una religión del todo ajena al cristianismo, un culto hipersexualizado en el que se adora al dios del Sol y a la diosa de los frutos de la Tierra. Al frente de todo el tinglado está Lord Summerisle, un distinguido y culto aristócrata.
Shaffer dibuja un universo a medio camino entre la comuna hippie y el culto satánico, y sumerge en él a un recto policía que sigue al pie de la letra los evangelios. Sin duda, en este choque se encuentra lo más interesante de la película: en la isla, todos parecen vivir felices, tienen las necesidades básicas cubiertas, el sexo es abundante y, en consecuencia, reina la armonía. El atormentado es Howie, que se encuentra con la horma de su zapato: el cuasidiabólico ofrecimiento sexual que le hace la bella hija del posadero, una educación infantil que glorifica el pene como órgano creador de vida… incomunicado en la isla, Howie continúa su investigación y llega a la creencia de que la niña desaparecida va a ser sacrificada en un ritual purificador que se va a celebrar durante la Fiesta de la Cosecha, el evento anual más importante en Summerisle.
El hombre de mimbre combina elementos muy setenteros (el colorido indumentario, el amor libre) con una mala leche muy de agradecer (las letras de las canciones, que a ratos la convierten en una versión socarrona de Hair, los argumentos teológicos de Lord Summerisle), sin olvidar nunca la investigación policial que Howie lleva a cabo ante la indiferencia de los lugareños. Todo encaja en un final impactante, no tanto por lo que sorprende como por la acertada manera en que se llega hasta él. Hardy aporta tono bizarro, sentido del espectáculo y competencia narrativa. La inspirada iluminación de Harry Waxman le da al conjunto un toque de preciosismo que nunca viene mal, y la unión de todos estos elementos acaba dando forma a un film de notable calidad.
No es que las actuaciones sean lo mejor del film, aunque el elenco, formado en buena parte por actores curtidos en la televisión, cumple con creces. Quien destaca por encima del resto es Christopher Lee, que no en vano recordaba el papel de Lord Summerisle como el preferido de toda su carrera. Lee aporta presencia, distinción, un estilo perfecto al recitar sus diálogos y un toque excéntrico, acorde con la atmósfera de la película, que iba más allá de los papeles que le solían ofrecer. Edward Woodward tampoco está mal como encarnación de la ortodoxia cristiana, siendo también éste el papel más destacable de toda su carrera cinematográfico. La descarada sexualidad de Britt Ekland llena la pantalla en todas las escenas en las que aparece, y el resto del reparto da el pego (números musicales incluidos) como lugareños sectarios.
El hombre de mimbre tiene el encanto de lo bizarro, un discurso inteligente, cuyo resumen podría ser que el choque entre iluminados de distinto signo es siempre conflictivo, y una resolución digna de elogio. Sin ser propiamente un film de terror, su vertiente granguiñolesca consigue crear inquietud, y es de celebrar que este película haya sido recuperada de su inicial (uno comprende que, por temática y tratamiento, fuera plato mal recibido en la Inglaterra de los años 70) e injusto ostracismo.