MAGICIAN: THE ASTONISHING LIFE & WORK OF ORSON WELLES. 2014. 94´. B/N-Color.
Dirección: Chuck Workman; Guión: Chuck Workman; Dirección de fotografía: Tom Hurwitz, Michael Lisnet y John Sharaf; Montaje: Chuck Workman; Música:Piezas de Albinoni, Satie, Prokofiev, Bacharach, etc.; Producción: Charles S. Cohen, para Calliope Films-Cohen Welles Project (EE.UU.-Alemania).
Intérpretes: Orson Welles, Simon Callow, Peter Bogdanovich, Peter Brook, Beatrice Welles, Oja Kodar, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Robert Wise, William Friedkin, Henry Jaglom, Richard Linklater, Paul Mazursky, Walter Murch.
Sinopsis: Documental sobre la vida y obra de Orson Welles.
En 2015 se cumple el centenario del nacimiento de uno de los mayores creadores de la historia del cine, Orson Welles. Por ello, resulta del todo lógico que se revisiten sus obras y se realicen documentales sobre su figura. He tenido ocasión de ver el que nos ocupa, y me parece un acertado resumen de la peripecia vital y cinematográfica de Welles, así como de la profunda huella que su obra ha dejado en generaciones enteras de cineastas.
La película de Workman habla de lo ya conocido (la singular infancia del niño prodigio Orson, su formación como actor, sus éxitos teatrales y radiofónicos), pero se centra en la siempre conflictiva relación entre Welles y Hollywood. El creador del Mercury Theatre, el hombre que aterrorizó a los Estados Unidos con su versión radiofónica de La guerra de los mundos, consiguió un ventajosísimo contrato de la RKO que suscitó muchas envidias, barajó diversos proyectos para su debut cinematográfico (el que tomó más cuerpo fue una adaptación de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad), hasta decidirse por una obra que fue a la vez su gloria y su maldición: Ciudadano Kane. Después llegaron la mutilación de El cuarto mandamiento, la fama de tipo autocrático y derrochador, películas de encargo que no consiguieron reubicar a Welles en la industria pese a su gran calidad, Shakespeare (sin duda, el amor más duradero de este genio del cine) y el peregrinaje por el mundo en busca de financiación para nuevos proyectos, no pocos de los cuales quedaron inacabados. Workman acierta al incluir muchas declaraciones del propio Welles, casi siempre brillantes y sarcásticas, dando la curiosa conclusión de que el propio homenajeado se convierte en la mejor baza para evitar la hagiografía. No obstante, la obra de Welles, que confesó no tener ni idea de técnica cinematográfica el primer día que pisó un plató para sentarse en la silla del director (precisamente, esa ignorancia hizo que Gregg Toland quisiera trabajar para él en Kane), merece grandes elogios, y para eso aparecen destacadísimos cineastas, la gran mayoría directores: para ensalzar los hallazgos técnicos, la audacia, el aura expresionista y la atemporalidad de una obra que va mucho más allá de su primer gran logro.
Son de destacar las declaraciones de Peter Bogdanovich, cuyo libro Ciudadano Welles es tan apasionante para el cinéfilo como El cine según Hitchcock, de François Truffaut, pues sus conocimientos sobre la obra de Welles, y en general de todo el cine americano clásico, son enciclopédicos. El resto de apariciones no suelen ir más allá del apunte o del subrayado de los rasgos más característicos de la personalidad y la obra del director de Sed de mal, pero sin duda aportan luz a un personaje que da para muchos documentales. Éste se plantea como una biografía completa, auqnue muy resumida, que cumple en el aspecto divulgativo y empuja a profundizar en los recovecos de una vida y una obra apasionantes. Hubo varios Orson Welles: ninguno de ellos estuvo jamás cerca de la mediocridad.