LUCKY NUMBER SLEVIN. 2006. 103´. Color.
Dirección: Paul McGuigan; Guión: Jason Smilovic; Dirección de fotografía: Peter Sova; Montaje: Andrew Hulme; Música: J. Ralph; Diseño de producción: François Séguin; Dirección artística: Pierre Perrault y Colombe Raby; Producción: Kia Jam, Tyler Mitchell, Andy Grosch, Anthony Rhulen, Chris Roberts, Christopher Eberts y Robert S. Kravis, para Ascendant Pictures-Film Engine-VIP 4 (EE.UU.).
Intérpretes: Josh Hartnett (Slevin); Morgan Freeman (El Jefe); Bruce Willis (Mr. Goodkat); Ben Kingsley (El Rabino); Lucy Liu (Lindsey); Stanley Tucci (Brikowski); Michael Rubenfeld (Yitzhok); Peter Outerbridge (Dumbrowski); Kevin Chamberlin (Marty); Dorian Missick (Elvis); Danny Aiello (Roth); Mykelti Williamson (Sloe); Scott Gibson (Max); Robert Foster (Murphy); Sam Jaeger, Daniel Kash, Dmitry Chepovetsky, Oliver Davis, Corey Stoll, J.D. Jackson, Jennifer Miller.
Sinopsis: A Slevin todo parece salirle mal: pierde el trabajo, encuentra a su novia en la cama con otro y, al llegar a Nueva York invitado por un amigo, es atracado y descubre que su anfitrión debe dinero a dos grupos mafiosos enfrentados y ha desaparecido sin dejar rastro.
El Caso Slevin es, a día de hoy, el largometraje más celebrado del director escocés Paul McGuigan, cuyos mejores logros hay que buscarlos en la televisión. Se trata de un moderno film de gángsters, cuyo tema central es uno de los más socorridos en el género: la venganza.
En el guión de Jason Smilovic hay huellas, muchas de ellas poco disimuladas, de Tarantino y Guy Ritchie, con una porción del Bryan Singer de Sospechosos habituales. Aunque a uno le embarga varias veces la sensación de estar viendo algo que ya ha visto, y que el sorprendente final no lo sea tanto, pese a alguna pista falsa que se coloca por el camino, he de decir que en las situaciones y diálogos se percibe un ingenio superior a la media. No faltan varios guiños al cine clásico, de los cuales sólo uno me parece relevante: el que se hace a Con la muerte en los talones, de Hitchcock, porque durante buena parte de su metraje, El caso Slevin es la historia de un hombre al que todo el mundo confunde con otro. Ese «todo el mundo» son dos gangs enfrentados y la policía, de lo que se deduce que la confusión va a depararle al protagonista un sinfín de complicaciones, lógicas cuando el tipo con el que todos le identifican ha desaparecido del mapa dejando impagada una cuantiosa deuda a los dos jefes mafiosos. No obstante, la trama es al principio demasiado enrevesada y, al final, demasiado obvia. Es la parte central la que mejor funciona, pese a una historia de amor a la que este bloguero no acaba de verle el sentido.
El caso Slevin es, en varios aspectos, una película moderna en el mal sentido de la palabra: efectista, tan ingeniosa (ya se ha dicho) como poco original, con un sentido lúdico-festivo de la violencia muy de videojuego que me resulta más difícil de tragar a medida que la película avanza desde la comedia negra al thriller vengativo puro, y una estética preciosista pero acelerada. Paul McGuigan tiene sentido del ritmo, algo básico en el cine de acción, pero flaquea a la hora de darle coherencia a la historia. Por decirlo sin destripar demasiado, la película viene a ser la venganza de alguien que no es lo que parece, pero funcionaría mejor si, antes de que el espectador llegue a ser consciente de eso, el protagonista fuera más convincente como tipo que se encuentra en el lugar y momento equivocados. La música es eficaz, sin estridencias, y la fotografía de lo mejorcito del conjunto, aunque un servidor prefiere encuadres más clásicos… si no eres Brian De Palma.
Hablando del protagonista y de De Palma, Josh Hartnett no me convenció en La dalia negra, y tampoco lo hace en El caso Slevin. Como verlo un buen rato recorriendo Nueva York con una toalla de baño por única vestimenta no me produce ni frío ni calor, diría que Hartnett, que ya protagonizó el anterior film de McGuigan, Obsesión, no tiene la calidad necesaria para sostener una película como ésta. Los dos capos mafiosos, Morgan Freeman y Ben Kingsley, dos grandes actores, le dan empaque a la cosa, aunque el segundo tiende a la sobreactuación. En cuanto a Lucy Liu, siempre me ha parecido una actriz mediocre, y un punto insufrible. El caso Slevin no me ha hecho modificar mi opinión. A Stanley Tucci le he visto mejor otras veces, y uno querría intervenciones más extensas de Danny Aiello o Robert Foster. Dejo para el final a Bruce Willis: el personaje al que interpreta (que, por otro lado, es clave en la historia) no necesitaba en absoluto a alguien que supiera actuar. Como él sí es capaz de hacerlo, le encuentro desaprovechado.
El caso Slevin no es una mala película. Se deja ver y tiene momentos buenos, pero diría que ha obtenido mucha parte de su prestigio gracias a las opìniones de gente que no ha visto demasiado cine, o que es capaz de ver remakes de películas de los 80 sin haber pasado antes por el original. Ese público que para entender una película como El caso Slevin necesita una explicación final para idiotas. Por lo que a mí respecta, considero que el film no iguala a sus ilustres referentes.