CALLE MAYOR. 1956. 96´. B/N.
Dirección: Juan Antonio Bardem; Guión: Juan Antonio Bardem, basado en la obra teatral La señorita de Trévelez, de Carlos Arniches; Dirección de fotografía: Michel Kelber; Montaje: Margarita de Ochoa; Música: Joseph Kosma e Isidro B. Maiztegui; Producción: Cesáreo González y Manuel J. Goyanes, para Cesáreo González Producciones Cinematográficas- Play Art- Iberia Films-Guión Producciones Cinematográficas (España)
Intérpretes: Betsy Blair (Isabel); José Suárez (Juan); Yves Massard (Federico); Dora Doll (Tonia); Alfonso Godá (Pepe El Calvo); Luis Peña (Luis); Manuel Alexandre (Luciano); José Calvo (Doctor); Matilde Muñoz Sampedro (Chacha); René Blancard (Editor); María Gámez (Madre de Isabel); Lila Kedrova (Pepita); Josefina Serratosa, Pilar Gómez Ferrer, Julia Delgado Caro, José Prada, Manuel Guitián.
Sinopsis: En una pequeña ciudad española de provincias, una cuadrilla de amigos se distrae gastando bromas pesadas a sus conciudadanos. Su última ocurrencia es hacer que Juan, el único forastero del grupo, corteje a Isabel, una devota solterona.
Juan Antonio Bardem era, a mediados de los años 50, uno de los más prometedores directores españoles. Enfrentado al régimen de Franco por sus ideas comunistas, y acreedor de diversos premios internacionales, Bardem rodó de forma consecutiva sus dos obras maestras, Muerte de un ciclista y Calle Mayor, ambas consideradas casi unánimemente entre las mejores del cine patrio.
En efecto, Calle Mayor es una obra maestra, y también una sonora bofetada en la cara de todo un país que parece incapaz de librarse de la miseria moral tanto como de la económica. Una broma de mal gusto, provocada por el hastío de sus perpetradores, genera un descorazonador retrato de una sociedad enferma. Bardem se inspira en una comedia (La señorita de Trévelez, de Carlos Arniches), pero le extrae toda su carga humorística hasta crear un film que tiene la profunda tristeza de las verdades hirientes. No obstante, lo que en realidad hizo el director madrileño fue la versión española de Los inútiles, de Federico Fellini, que es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. El mérito de Bardem es haber creado una obra que no se queda muy lejos de la del genio de Rímini, aunque por momentos se eche de menos la juvenil ligereza del italiano. Bardem suple su falta de sentido del humor (un defecto presente en toda su obra, al igual que un tono en exceso aleccionador, que en sus películas más militantes se convierte en sermonero) con un guión perfecto, en el que todo encaja del modo más coherente y se refleja con maestría cómo la broma se convierte en una bola de nieve que amenaza con llevarse por delante a todos los que participan de ella. Empezando, como no puede ser más obvio, por la víctima.
Dicen que la naturaleza hizo al lobo y al cordero, y la sociedad los junta. En la España de siempre, la que no se nos despega ni con aceite hirviendo, el único destino aceptable de una señorita de provincias es el matrimonio. Esto, y su propio carácter, convierten a Isabel en la víctima perfecta. Ella es dulce, sensible, no demasiado fea, educada y virtuosa. ¿Por qué un hombre bueno no querría casarse con alguien así? Esa idea, y sus ganas de no ser la solterona, desencadenan la tormenta. A Isabel, un ser carente de malicia y sin dobleces, ni siquiera se le ocurre que pueda haber gente tan desocupada y tan canalla como para cortejarla por diversión, y Juan, que es más cobarde que desalmado, se ve incapaz, una vez hecha la gracieta, de salir del paso sin que nadie salga herido. A sus amigos (excepto a Federico, que vive en Madrid y viene a ser la voz de su conciencia), eso les da igual: son escoria pura y dura.
A Bardem hay que agradecerle que se ponga del lado del débil, aunque haga algo de trampa, pues dudo mucho que la bondad de Isabel pueda encontrarse en ningún ser humano más allá de una pantalla de cine. Denuncia con un estilo seco, sin florituras ni más obsesión que ilustrar de la mejor manera un discurso poderoso y maravillosamente servido. Las sutilezas las deja para otros: quizá por consejo de la censura, en el prólogo se nos dice que la historia que se va a narrar podría suceder en cualquier parte. Bardem dedica el resto de la película a dejar claro que ocurre aquí, en la España provinciana y (entonces, y en muchas cosas todavía hoy) franquista. Su forma de filmar esa calle mayor, que en realidad es la de Logroño, ese desfile de mediocridad, cotilleos y aburrimiento, es magistral. Lo mismo digo respecto al uso de la música. Ah, y rectifico en parte en cuanto a lo del sentido del humor: la escena del paseante encuentro entre los novios y el matrimonio que forman Manuel y su locuaz esposa me parece graciosísima… en una película que nos dice que es mejor ser aburrido que no tener ni puta gracia y querer hacerla.
Bardem puso al frente del reparto a una excelente actriz represaliada por el maccarthismo, Betsy Blair, que venía de ganar un Óscar por Marty, otra obra maestra, y que aquí lo hace tan bien que hasta me da lo mismo que su voz esté doblada. Aunque el plantel de secundarios resulta, como es usual en el cine español de época, excelente, y que José Suárez se esfuerza, a veces con cierto éxito, en dar una digna réplica, Calle Mayor no sería lo que es sin una Betsy Blair que ofrece una de las mejores interpretaciones femeninas que he visto jamás.
No es alegre, no es agradable, no es complaciente, no ayuda a ser más benévolo con la especie a la que pertenecemos, pero Calle Mayor es uno de los tesoros incuestionables del cine (anti) español. Pocos como el mejor Juan Antonio Bardem han sabido explicar con tanto acierto por qué el peor daño que puede hacérsele a este país es querer dejarlo como está.
Buenas, don Alfredo,
Tiempo ha que no escribe vd nada que no sea cine. No le se ocurre ninguna otra ocsión?? El tema es que me atepecería poder hogear alguno de sus relatos. Despertaban mi dormida alegría….
Le se saluda,
Juanki.
Considérese disléxicamente saludado. Parte del problema estriba en que últimamente no dejo de pensar que al margen del cine, la música y los libros, pocas cosas hay de las que merezca la pena escribir. Desde hace tiempo (años, le diría) planeo hacer algunos relatos más largos que los anteriores y en tono de fábula, pero no logro encontrar las (muchas) horas y la predisposición mental que necesito para acometer esa tarea. Mientras tanto, me gusta pensar que cuando escribo sobre cine, también lo hago sobre otras cosas. Y disfrutar viendo películas, por supuesto, para sobrellevar mejor este valle de lágrimas.