KINGSMAN. THE SECRET SERVICE. 2015. 124´. Color.
Dirección: Matthew Vaughn; Guión: Jane Goldman y Matthew Vaughn, basado en el cómic de Mark Millar y Dave Gibbons The Secret Service; Dirección de fotografía: George Richmond; Montaje: Eddie Hamilton y Jon Harris; Música: Henry Jackman y Matthew Margeson; Diseño de producción: Paul Kirby; Dirección artística:Andy Thomson (Supervisor) ; Producción: David Reid, Adam Bohling y Matthew Vaughn, para Marv Films-Cloudy- TSG Entertainment-20th Century Fox (Reino Unido-EE.UU.)
Intérpretes: Taron Egerton (Eggsy); Colin Firth (Galahad); Samuel L. Jackson (Valentine); Mark Strong (Merlin); Michael Caine (Arthur); Sofia Boutella (Gazelle); Sophie Cookson (Roxy); Lily Travers (Lady Sophie); Jack Cutmore-Scott (Rufus); Mark Hammill (Profesor Arnold); Hanna Alström (Princesa Tilde); Jack Davenport, Jonno Davies, Geoff Bell, Jordan Long, Tobi Bakare, Morgan Watkins, Nicholas Agnew, Samantha Womack.
Sinopsis: Kingsman es una agencia de espionaje no estatal dedicada a combatir el terrorismo. Eggsy, el hijo adolescente de un agente fallecido, es reclutado para pasar las pruebas de acceso a la organización mientras un poderoso magnate informático planea una catástrofe de dimensiones planetarias.
Matthew Vaughn es un joven cineasta que, a partir de unos inicios interesantes, ha ido escalando posiciones en el escalafón hasta convertirse en uno de los nombres que suenan para ponerse al frente de superproducciones con un cierto prestigio. A esta clase pertenece el que hasta el momento es su último largometraje, Kingsman, revisión en clave moderna y desacomplejada de los clásicos del espionaje que adapta con estilo el cómic de Mark Millar y Dave Gibbons.
Le concedo a Vaughn el mérito de haberme hecho disfrutar con un menú que a priori no me resultaba demasiado atractivo. El prólogo, que narra la captura de un terrorista en Oriente Medio, anticipa varias de las virtudes de la película, en particular su gran ritmo. De este prólogo surgen un héroe difunto, un espía de élite que salvó la vida gracias a él, una madre desconsolada y un niño que recibe una medalla a la que debe recurrir en caso de apuro. Años después, el niño se ha convertido en un adolescente problemático pero lleno de excelentes cualidades, y el apuro tiene forma de gamberrada motorizada (la persecución policial a un coche que rueda marcha atrás es puro espectáculo, dicho sea de paso). Así que espía e hijo de héroe se reencuentran, y acuerdan que el muchacho haga el casting para ingresar en la muy elitista organización para la que su nuevo mentor trabaja. Aparece uno de los aspectos que mejor explota la película, su mezcla de dandismo y vulgaridad. Sin caer en la parodia y haciendo uso de un sinfín de referencias, Vaughn nos mete en harina y crea un film de acción y espionaje virtuoso, gamberro y lleno de humor negro que es menos superficial de lo que pretende. A eso ayuda el malvado de la función, un genio de la informática cuya preocupación por el cambio climático y la crisis demográfica le lleva a pensar que lo mejor que puede hacer por el planeta es vaciarlo un poco de gente. Con acceso a los más altos dignatarios mundiales, pocos se oponen a sus propósitos, principalmente porque todos ellos figuran entre los elegidos para salvarse de la catástrofe que Valentine planea.
El montaje videoclipero, las imposibles escenas de acción (resulta evidente que Vaughn ha visto con aprovechamiento Tigre y dragón, Matrix y, por supuesto, Kill Bill), y la aún más imposible, por ultrarrápida, conversión del adolescente protagonista en su Rex Harrison particular, se salvan por el trabajo de los actores, por la irreverencia del conjunto, por el excelente aprovechamiento del notable presupuesto empleado y, sobre todo, por un cinismo muy british que le da al film un muy saludable tono subversivo y nunca deja de estar presente: véase la réplica del joven Eggsy cuando su mentor le dice que una vez le salvó la vida a Margaret Thatcher («muchos no les estarán agradecidos por eso»), o la absolutamente impagable secuencia de la masacre en la iglesia. Las escenas finales, todo sea dicho, están bastante pasadas de rosca, pero no borran la sensación de estar viendo algo muy superior a la típica chorrada para adolescentes. Aunque la música no destaca entre los muy logrados trabajos de fotografía, edición o escenografía, el uso de las canciones es tan acertado como socarrón.
El joven protagonista, Taron Egerton, cumple a base de encanto macarra, cualidades atléticas y mucho morro, pero quienes se llevan la palma son un desatado Colin Firth, cuyo uso del paraguas le convierte en una especie de versión hardcore de Mary Poppins, y un divertido Samuel L. Jackson, cuyo personaje es la guinda perfecta del entramado. Como no podía ser menos, Michael Caine aporta su enorme saber hacer y su inimitable distinción, y uno de los actores-fetiche del director, Mark Strong, acaba siendo una pieza muy valiosa en el conjunto. A Sophie Cookson la encuentro más floja, y es de destacar la breve aparición de Mark Hamill interpretando a un personaje que en el cómic lleva su propio nombre.
¿Entretenimiento sin pretensiones? Tal vez, pero del bueno. Kingsman es una muy adulta película adolescente, bien rodada y donde la adrenalina y la travesura mezclan a la perfección. Ah, y si la tomamos como un cuento, ojalá todas las princesas fueran tan saladas.