GODS AND MONSTERS. 1998. 105´. Color.
Dirección: Bill Condon; Guión: Bill Condon, basado en la novela de Christopher Bram The father of Frankenstein; Dirección de fotografía: Stephen M. Katz; Montaje: Virginia Katz; Música: Carter Burwell; Diseño de producción: Richard Sherman; Decorados: James Samson; Producción: Gregg Fienberg, Mark R. Harris y Paul Colichman, para Regent Entertainment-Spike Productions-BBC Films- Lions Gate Films-Showtime (Reino Unido-EE.UU.).
Intérpretes: Ian McKellen (James Whale); Brendan Fraser (Clayton Boone); Lynn Redgrave (Hanna); Lolita Davidovich (Betty); David Dukes (David Lewis); Kevin J. O´Connor (Harry); Mark Kiely (Dwight); Jack Plotnick (Edmund Kay); Rosalind Ayres (Elsa Lanchester); Jack Betts (Boris Karloff); Matt McKenzie (Colin Clive); Todd Babcock, Cornelia Hayes O´Herlihy, Brandon Kleyla, Pamela Salem, Michael O´Hagan, David Millbern.
Sinopsis: Ya retirado, el cineasta James Whale se recupera de una apoplejía. Vive junto a su criada, Hanna, y se siente atraído por Clayton, su joven jardinero.
El (más aplicado que brillante) director Bill Condon consiguió su logro cinematográfico más destacable gracias a una novela que retrataba los últimos días de un director mítico, James Whale, que pasó a la historia por haber dirigido los dos primeros (y, para mí, los dos mejores, con permiso de Terence Fisher) films de Frankenstein. En defensa de Condon hay que decir que supo estar a la altura de un material de primer nivel.
El tono del film es marcadamente crepuscular: se inicia con un Whale que lleva más de una década retirado del cine y está convaleciente de una apoplejía. Sus únicas compañías son su asistenta, Hanna, sus pinturas, sus dolencias y sus recuerdos. Homosexual declarado (y fervorosamente practicante) ya en su época de esplendor, Whale recupera parte de su antiguo brillo cuando aparece en escena Clay Boone, el fornido jardinero de su casa. Gracias a la inclinación que el viejo cineasta siente hacia él. que en primer lugar se manifiesta a traves de la pintura, Boone, un individuo más bien primario, podrá acceder a un mundo en principio vedado para él: el del refinamiento, el buen gusto, el arte y el estrellato, pero también el de la depresión, la decadencia y la vanidad. Whale, un chico de clase obrera al que su sensibilidad artística llevó a la meca del cine, previo paso por el teatro británico, es a la vez un sátiro y un Pigmalión para Boone, que acaba viendo que, más allá de sus aficiones sodomitas, el viejo cineasta es la persona más brillante que va a conocer jamás.
El estilo es sereno, quizá un punto impersonal, pero eficaz. Bill Condon consigue algunos de los mejores planos de su carrera en los flashbacks, en especial los del campo de batalla en el que Whale conoció a su primer gran amor, muerto en las trincheras. Para los cinéfilos, nos quedan las imágenes y recreaciones de los films del director, así como el reencuentro con sus protagonistas en la fiesta que organizan George Cukor y una representante de la realeza británica. Whale, y en esto Dioses y monstruos es fiel a la realidad, sentía mayor apego hacia otros films suyos menos recordados, como Magnolia o El hombre invisible, que hacia el díptico frankensteiniano que le hizo pasar a la historia del cine, pero la agudeza crítica de la que hace gala al analizar su obra no impide la nostalgia al recordar sus años de gloria. Ese punto evocador acentúa los mejores momentos de la inspirada partitura que Carter Burwell escribió para la película, intachable desde el punto de vista técnico.
Dioses y monstruos brilla por su sensibilidad, su acertado guión y su impecable puesta en escena, pero en especial por el trabajo de su elenco de intérpretes. Que un magnífico actor como Ian McKellen haga aquí la mejor interpretación cinematográfica de toda su carrera ahorra mayores comentarios, al margen de una recomendación: quien quiera ver una actuación perfecta, no puede dejar pasar esta película. Con todo, McKellen no está solo: Lynn Redgrave lo borda, y Brendan Fraser, actor aficionado a sobreactuar en bodrios de tercera, demuestra ser capaz de hacer una buena interpretación cuando su papel se lo permite.
El cine (o, más bien, el arte en general), la muerte y la homosexualidad son los grandes temas de Dioses y monstruos, aunque hay algo más que quiero destacar de ella: su buen estilo a la hora de retratar lo que hay detrás de los mitos que construimos. Pedazo de película, con un final memorable y de un nivel al que su director no ha vuelto a acercarse en su más bien acomodaticia filmografía posterior.