Mientras el mundo recibía la noticia de la muerte de Prince, artista del que muchas veces me disgustaron sus formas de utilizar un talento incuestionable, fui al Jamboree para ver el cuarteto de un primer espada del jazz: el saxofonista Chris Potter. Después del paseo de rigor por el zoo de las Ramblas, en su versión para todos los públicos por aquello de la hora, entré en el sótano de la Plaza Real dispuesto a ver una actuación de categoría. No quedé defraudado.
Cuando una publicación del prestigio de Down Beat dice de ti que eres «uno de los más estudiados (y copiados) saxofonistas del planeta», o cuando gigantes como Dave Holland o Pat Metheny te reclutan para formar parte de sus bandas, es que perteneces a la Champions League del jazz. Chris Potter está en ese selecto grupo, y sus últimos discos demuestran que su calidad como intérprete y compositor es rara de encontrar. Anoche, el instrumentista anunció al público que, como su actual gira le pilla en pleno proceso de grabación de su nuevo álbum, iba a presentar las piezas que formarán parte de ese disco, las cuales están tan recién salidas del horno que aún no tienen ni título. Al estilo de Miles Davis, Potter dijo que podíamos titular las canciones como quisiéramos. El nombre es lo de menos, todas son muy buenas. Al saxo tenor, al clarinete bajo y al saxo soprano (menudo solo se marcó con este instrumento como fin de fiesta), el líder dio una auténtica exhibición de facultades. A su lado, un David Virelles que dejó claro que el futuro del pianismo jazzístico pasa, entre otras, por sus manos, esa bestia parda llamada Marcus Gilmore a la batería y un discreto pero notable contrabajista, Joe Martin. El primer pase de ayer, que fue al que acudí, duró poco más de una hora. Pero fue gloriosa. Avisados quedan: el próximo disco de Chris Potter va a ser uno de los mejores del año.
Con la banda de su anterior proyecto, Underground:
Una clásica balada, a palo seco: