Cuando tus antepasados han tenido que ganarse las habichuelas subiéndose a andamios o fregando suelos, es normal que experimenten cierta alegría al ver que los estudios que te han pagado sirvieron para acabar con tus huesos en una oficina. Pero como la dicha en la casa del pobre nunca es completa ni duradera, la incompetencia humana ha encontrado maneras para conseguir que trabajar bajo techo y delante del ordenador también pueda ser peligroso. Esta semana es noticia la intoxicación masiva de trabajadores de distintas empresas a causa de las deficiencias higiénicas del agua embotellada que consumían. Otras veces, son enfermedades cutáneas, o incluso brotes de legionela, los atentados contra la salud que llegan a los noticieros. En otros lugares, como uno que un servidor habita cinco días a la semana, el método escogido para eliminarte consiste en trabajar a 27º, sin ventilación y con un mantenimiento manifiestamente mejorable de los aparatos de aire acondicionado que hay puestos para evitar lipotimias. Todo esto, además, en un edificio por cuyo alquiler la Administración paga una desorbitada cantidad a una empresa de beneficios millonarios. Y no te quejes, que otros muchos están peor y las normas de salud y seguridad en el trabajo están, como todas las otras, para pasárnoslas por el forro de los huevos. Más allá de los problemas más importantes, reconforta saber que siempre hay gente dispuesta a hacerle a uno más soportable el día a día.