JUGUETES ROTOS. 1966. 78´. B/N.
Dirección: Manuel Summers; Guión: Tico Medina y Manuel Summers, según una idea de éste; Dirección de fotografía: Luis Cuadrado y Francisco Fraile; Montaje: Pedro del Rey; Música: Carmelo A. Bernaola; Producción: José Antonio Pérez Giner, para Paraguas Films-PEFSA (España).
Intérpretes: Rosita Pinedo, El Gran Gilbert, Paulino Uzcudum, Guillermo Gorostiza, Hilario Martínez, Nicanor Villalta, Ricardo Alis, Luis Vallespín, Eduardo López, Francisco Díaz Pacorro, Marina Torres.
Sinopsis: Documental que recupera a personajes que fueron muy famosos en España y cayeron en el olvido.
El director Manuel Summers había realizado varias películas de mediana repercusión cuando estrenó Juguetes rotos, un duro documental sobre viejas glorias olvidadas que fue masacrado por la censura. Esto, junto al tibio recibimiento que tuvo la película, decantó a Summers hacia un cine más comercial, cuando no directamente alimenticio.
Dicen que uno de los pasatiempos favoritos de los españoles es encumbrar a la gente para luego cargársela cuando está en la cima. Cierto es, aunque lo mismo ocurre en otras latitudes. Mucho antes de las redes sociales, infinidad de personas conocieron la fama y el olvido. Summers dedica su película a contar la historia de varias de ellas. Después de un prólogo cuyo epicentro se sitúa en la recordada Bodega Bohemia de Barcelona (donde uno de sus artistas, El Gran Gilbert, rememora sus días de gloria en teatros de medio mundo para, a sus más de ochenta años, negarse a enseñar el lugar en el que vive), el director se centra en tres de los grandes espectáculos de masas de la España franquista: el boxeo, el fútbol y los toros. Aparecen personas que fueron grandes figuras en esos terrenos, y otras que vivieron su momento de gloria pero nunca pasaron de un segundo plano. En general, la manera de filmar es funcional, casi un punto seca: lo que se explica es duro (el blanco y negro ayuda, qué duda cabe), y en general predomina el tono compasivo hacia personas que fueron simplemente olvidadas por las masas que un día les adoraron. En lo que respecta a los boxeadores, los golpes recibidos en el ring les dejaron terribles secuelas físicas y mentales. En otros casos, como el de Gorostiza, uno de los mejores futbolistas españoles de los años 30 y 40, fue el alcoholismo el factor que precipitó su caída. Los más, simplemente, no alcanzaron el estatus de grandes estrellas y la retirada acabó llevándoles a la miseria. Ocurre cuando alguien se dedica de lleno a su pasión y ésta, en cuanto modo de vida, se acaba. Están quienes no ganaron lo suficiente como para garantizarse un retiro digno, y también los que se pulieron todas sus ganancias. Summers retrata su miseria, pero no deja de tenerles cariño. Sintomático es su recorrido para localizar a Gorostiza, su ídolo futbolístico: cuando por fin encuentra quien le dé razón de él, y llega al albergue para pobres en que vivía quien fue apodado Bala roja, más sintomática es aún su reacción: «Tú no puedes estar ahí, Gorostiza». Pero ahí estaba. Y allí murió, pocos meses después del estreno de la película.
Los retratados tienen también espacio para reivindicarse: Ricardo Alis se rebela frente a quienes le compadecen, pues ha sido un boxeador de nivel y se gana la vida honradamente; Pacorro y Marina Torres, torero él y actriz ella, cumplen de lleno lo de «en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad» y, desde la cama de un hospital, celebran en su miseria haber pasado por la vida siendo alguien; por último, Nicanor Villalta, matador aragonés, lidia su último toro, demuestra que no ha perdido su arte y se lo dedica a un público que ya le ha olvidado. Summers guarda su crueldad para los momentos en los que habla de las condiciones de vida de sus protagonistas y de quienes viven como ellos; también al hablar de esos muchachos que sueñan con la gloria. No hay que olvidar que, en aquellos años, el boxeo, el fútbol y los toros eran casi los únicos modos en los que los jóvenes españoles de clase baja podían alcanzar fama y riqueza. Summers nos habla del reverso de todo ello, lo que es una muestra de valentía. Juguetes rotos es una película (la mejor de su director, sin duda) que tiene un notable valor cinematográfico y humano, una de los mejores sobre una época no tan lejana en algunos aspectos, y un país en el que pocos conocían a Mozart o Fleming, pero todos admiraban a El Cordobés. Decir eso, entonces, tenía mérito. La censura lo reconoció con 37 cortes. El espectador de hoy, si quiere saber de dónde venimos, no debería dejar de ver Juguetes rotos.